Paula Figueroa Malatrasi
El sucio en mi ventana no me permite ver con claridad el mundo. Quizás me está protegiendo de la suciedad que vive afuera de este cuarto, esa que no puedo ver. Los tonos grisáceos de las manchas que delinean mi ventana hacen juego con el color del cielo, ambos desolados y aburridos. El salitre cubre el marco metálico con un velo blanco que a la vez cubre mi percepción visual y la altera. Miro por este portal hacia el exterior y siento el frío que roza las pencas, siento la lluvia sobre mi piel y sólo me dan ganas de arropar el vacío que siento que hoy se refleja en el mundo exterior. Al mirar me pregunto a dónde irán todos esos carros, cómo serán las vidas de quienes los conducen,, serán felices? La lluvia se intensifica y las palmas luchan contra las ráfagas que las atacan. La laguna pierde su suavidad y se vuelve rabiosa, furiosa, dejándose llevar por la fuerza del aire. Esa mezcla tan peligrosa, agua y aire aterradores cuando se juntan, llevándose todo en su camino. Pero así es la vida. Las cosas más hermosas son aquellas que más daño nos hacen y que al final son la causa de nuestra destrucción. Me pregunto si esa lluvia y ese sucio son la causa de este sentimiento o si simplemente me hacen entender que la tristeza vive en mí.
Tengo que limpiar mis ventanas.
