Por Ingen Nikoj
Me pudro.
Soy composta.
Estoy rodeada de flores silvestres.
Son amarillas, o al menos eso creo.
No puedo mover mi cuello, está estancado en el extraño ángulo que decidiste moldear con tus manos. Solo puedo ver con el ojo que no está hinchado por tus puños.
Hay un sonido persistente, una mezcla borrosa de la risa de mis amigas con el sonido de los coquíes del patio en la casa de mis padres.
Una memoria encapsulada en un globo de nieve.
Los créditos finales de una película indie.
Me d e s v a n e z c o.
Estoy a punto de cruzar al otro lado.
No hay ninguna luz al final del túnel o inmediata oscuridad, solo una certeza interna de que ya no sabré nada sobre este plano.
Gusanos de rapiña devoran mis entrañas y poco a poco abren camino hacia mis huesos, consumiendo todo lo que alguna vez fui.
Me recuerdan a ti.
Con tus besos de Judas y promesas de Pedro, te convertiste en Pilato, crucificándome en un baldío abandonado donde nadie me encontraría. Sin una cueva donde recostar mi cuerpo envuelto en las mejores vendas.
Cordero fui, mansa y dócil, siguiendo la voz de mi buen pastor quien resultó ser carnicero.
Sacrificio sin expiación,
no mereces perdón divino ni terrenal.
El calor acelera mi descomposición, mi carne regresa a la tierra.
¿Encontrarán mi cuerpo?
¿Qué le dirán a mi mamá?
¿La llamarán para que me identifique?
¿Tendrá que ver mi cuerpo lleno de marcas, mi único pecado el haber sido mujer?
¿Deberá pasar sus suaves manos, aquellas que acariciaron mi cabello en la infancia, sobre las marcas moradas en mi cuello?
Quizás ella me encontrará y limpiará mi cuerpo,
Peinará mi cabello tal y como lo hacía cuando era niña,
esconderá mis moretones con maquillaje y me vestirá en mi mejor ropa,
restaurando todo lo que alguna vez fui.
