Por Marze Soto Texidor
Me caí del barco, porque soy torpe. Me caí porque soy idiota. No merezco ocupar un espacio en el barco que otra persona podría utilizar mejor, así que me caí. Fue mi culpa.
Estoy ahogándome entre el mar y la tormenta. Considero nadar hasta la superficie, pero se ve tan lejos y el cansancio me pesa tanto… Además, aunque llegue a la superficie, la tormenta volverá a hundirme. Ni siquiera sé si esa es la superficie o si estoy viendo mal. Con lo inútil que soy, igual terminaré nadando incluso más profundo. Quizás debo esperar a que me salven porque nunca puedo hacer nada por mi cuenta. Soy una pérdida de tiempo y esfuerzo. Es mi culpa.
Quiero gritar, pero no puedo porque hay agua en mis pulmones y de todos modos no ayudaría en nada si ni siquiera lo escucharía nadie así que realmente no vale la pena; quiero nadar, pero no puedo porque el cuerpo me pesa y el mar y la tormenta no ayudan con estas corrientes que siguen desubicándome hasta que no sepa hacia dónde ir así que realmente no vale la pena; quiero rendirme y ahogarme aunque solo sea para salir de todo esto, pues el dolor que nunca se acaba y la lucha agotadora que no logra nada y la inconveniencia tanto mía como la de los demás no valen la pena, pero no puedo porque tengo miedo e instintivamente trato de mantenerme consciente un momento a la vez mientras intento flotar porque en el fondo sé que no quiero morir así; quiero vivir, pero no sé cómo y así moriré y será mi culpa…
Eventualmente floto.
Eventualmente me sacan del agua, me ayudan a respirar y me dan una toalla.
Eventualmente se acaba la tormenta que yo no causé y se calma el mar que no quise molestar.
Para bien o para mal, sigo aquí, viviendo y respirando. Al menos ahora no está tan oscuro. Los rayos del sol me abrazan, y me abrazan los que me quieren. El barco aún tiene, como siempre ha tenido y siempre tendrá, un espacio para mí, aunque a veces tenga que esforzarme para verlo.
