ingredientes para un té (gengibre, limón, menta y miel) en una mesa junto a una taza

Tristeza

"¡Recogeremos todos los limones y cocinaremos todo con ellos!"

Laura García Méndez

En casa de Mamabuela, hay un limonero que Mamá y Lucía plantaron. Mamabuela le cuenta a su nieta sobre aquel día cada vez que disfrutan de una limonada recién exprimida. A Lucía le encanta escucharla e intenta recordar ese momento. Imagina a su madre: tiene a una Lucía diminuta entre sus brazos, una sonrisa en sus labios y sus manos llenas de tierra. El palo aún está, pero Mamá no. Lucía recuerda el último día que la vio. Mamá se despidió con un fuerte abrazo y pidió que cuidara de su abuela.  

–¿Por qué Mamá se fue? –le preguntó un día a Mamabuela y recibió solo recibió un llanto de respuesta. 

No fue hace mucho que se fue, pero Lucía sueña con su regreso. Pronto cumplirá los ocho años y está segura de que Mamá no se perdería un evento tan importante. Todos los días, se sienta bajo la sombra del palo de limón a planificar la fiesta perfecta para recibirla y celebrar su cumpleaños. Podría traer una gran casa de brincos en forma de castillo o traer al cantante favorito de Mamá. Mas nada le parece lo suficientemente magnífico como para que quiera adelantar su llegada. 

A una semana de la fiesta, que aún no ha planificado, una brisa sacude las ramas del árbol y un limón cae sobre la cabeza de Lucía, interrumpiendo sus pensamientos. 

–¡Cuidado! –exclama una voz.

Lucía mira hacia arriba para ver unas piernas que cuelgan entre las hojas, y estas aterrizan a su lado. Le pertenece a una niña, más o menos de su edad. 

–¿Qué haces en mi árbol? –pregunta Lucía con indignación.

–Perdón. ¡Es el mejor árbol del mundo y tiene los mejores limones!

Lucía la estudia de arriba abajo y pregunta:

–¿Cómo te llamas? 

–Camila. 

–¿Quieres ser mi amiga? 

–¡Sí!

Lucía y su nueva amiga juegan en el patio hasta que Mamabuela anuncia que es hora de comer y se despiden con el cariño de viejas conocidas. Al día siguiente, Camila aparece saltando de la emoción:

–¡Ya mismo cumples años!

–Sí, pero todavía no sé qué hacer –se queja Lucía.

–Deberías hacer una fiesta que sea completa de limones. Como Mamá los sembró, va a querer venir. ¡Te puedo ayudar a recogerlos! Ya ves que te dejé algunos.

–Sí, pero los dejaste en el piso. Mejor traigo dónde ponerlos. 

Lucía corre a contarle a Mamabuela sobre el plan para la fiesta perfecta. Por miedo a causarle más angustia, su abuela la escucha con atención y se propone a cumplir cada uno de sus deseos. 

–¡Recogeremos todos los limones y cocinaremos todo con ellos! ¡Vendrán todos los vecinos, así que Mamá tendrá que venir! 

–Puede ser que Mamá no venga –advierte Mamabuela. 

–¡No se lo puede perder, son sus limones!

Juntas hacen una lista de los ingredientes que necesitan y, al otro día, Mamabuela sale a hacer la compra. Mientras tanto, Lucía recoge los limones amarillos. 

–¡Estoy tan emocionada por la fiesta! –Camila deja caer un limón en la canasta.

–No lo pongas así, que se machuca –protesta Lucía. 

–¡Es que no aguanto la emoción! 

Lucía se ríe, deja la canasta a un lado y disfruta la compañía de su nueva amiga hasta escuchar la voz de Mamabuela desde la casa:

–Lucía, vente que tenemos mucho que hacer. 

Recuerda la canasta de limones, la fiesta y a su madre. 

–Ya me tengo que ir –dice. 

–Si me dejas la canasta, te ayudo a recoger algunos limones antes de irme. 

Piensa en abrazar a su amiga tan fuerte como a Mamá y vacía los limones en sus bolsillos, usando su camisa de saco para la mayoría. Deja la canasta bajo el árbol, y antes de entrar, pregunta: 

–¿Regresas para la fiesta?

–¡No me lo puedo perder!

Toda la noche, Mamabuela y Lucía preparan platos, postres y bebidas, todo de limón. Al día siguiente, se despiertan temprano y Lucía sale a recoger los limones que Camila le había dejado. Aún con la canasta, hay varios tirados en el piso. 

Bajo el limonero, sobre una mesa vestida de verde, la abuela y su nieta cuidadosamente acomodan un gran manjar: mousse de limón, tarta de limón, bocaditos de limón, paletas de hielo de limón, limonada, agua con limón, pulpo al limón y, como plato principal, pollo marinado al horno con cebolla y limón. En la mesa, ponen cuatro platos amarillos, cuatro sets de cubiertos amarillos, cuatro vasos de plástico amarillos y servilletas amarillas frente a sillas amarillas: uno para Mamabuela, uno para Lucía, uno para Camila y uno para Mamá. 

–¡Qué bonito todo! –Camila admira la decoración. 

–¡A Camila le gusta! –exclama Lucía y le pide a su abuela que les tome una foto. 

Hablan toda la tarde y Mamabuela escucha con atención sobre sus aventuras en el patio y sus planes para la próxima semana. Pican un rato antes de comer, esperando a Mamá, pero nunca llega. 

–Por lo menos, Camila está aquí –le sonríe Lucía y añade– Ella siempre regresa. 

Esa noche, se escuchan los sollozos de Mamabuela desde el baño. 

En su cuarto, Lucía no la escucha. Pero también llora. De todas las fotos que Mamabuela tomó, no encuentra ninguna con Camila. Todas son de ella sola, ella y Mamabuela y dos espacios vacíos.

–¿Por qué lloras? –Camila se preocupa. 

–¿Qué haces aquí? ¡Vete! Déjame sola. 

–¿No quieres que regrese?

Lucía llora más fuerte hasta sentir los brazos de Mamabuela sobre su espalda. 

–No llores mi niña –la consuela. 

–Camila nunca estuvo,la imaginé –llora.

Mamabuela la hace callar con dulzura y, entre sorbos, Lucía pregunta:

–¿También imaginé a Mamá?

Y recibió solo un llanto de respuesta. 

La.Corcheta
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