Por Shekinah Lynnette
Entro al almacén sin expectativa alguna. Mentira, sí, tengo expectativas. Expectativas de que la carta que recibí no sea una broma y que de verdad él esté aquí. No resistiría un abandono más. Mi corazón anhela su presencia. Él es el cauce de mi río, mi balance dual. Escucho ruidos. Mi alma se congela. Mis ojos hacen contacto visual con su mirada a través del plástico y el polvo que nos rodea. Esos ojos negros gritan pasión a los siete mares. Es mi amado. Sí, vino, esta vez no mintió. Corro hacia él sin pensarlo dos veces. Me fundo en su abrazo mientras me impregno con su olor. Como imanes, nuestros labios se unen mientras nuestras manos recorren lo que no han olvidado. La ropa empieza a sobrar y el calor a aumentar. Un acto de amor puro donde nos volvemos uno. Entre respiraciones entrecortadas y corazones agitados, de repente todo se detuvo.
—¿Qué sucede? —le pregunto.
—No te merezco, no puedo hacerte esto… —contesta.
Miles de lágrimas comienzan a desbordarse por aquel hermoso rostro, al igual que en el mío, mientras se levanta y comienza a vestirse. En tanto, lo imito y le vuelvo a preguntar:
—¿Qué es lo que sucede? ¡Por favor, dime!
Sin respuesta alguna, él continúa su camino hacia la salida. Lo sigo y agarro su brazo para voltearlo. Mi ser se quedó atónito al escuchar las palabras que él pronunció:
—El resultado dio positivo…