Ema Córtiz
Antes del canto del gallo, a las seis de la mañana, Vicky ya estaba despierta. No le gustaba perderse el paso del tren de la mañana. Fascinada, observaba las sombras creadas por el sol entre los vagones y ventanas del tren. Así, imitaba a las siluetas que danzaban por el espacio creando imágenes con su cuerpo.
Una mañana, al pasar el tren, dos sombras tomaron vida en el piso frente a su casa. La primera era divertida, payasa y jugaba alrededor del cuerpo de Vicky. Se llamaba Tea. El segundo era más tranquilo. Su rostro reflejaba melancolía y llevaba por nombre, Tro. Estos siempre andaban juntos. Fue la creatividad de la niña lo que les llamó la atención de querer jugar.
Esta era la primera vez que unas sombras le pedían jugar. Vicky corrió a esconderse detrás de las cortinas. Los observaba por la ventana con un poco de miedo. Quería salir, pero experimentaba su primer frío olímpico. Respiró, y se dijo así misma:
—Como único voy a vencer al miedo es haciendo lo que me da miedo hacer.
Con cautela, salió descalza, tocando la fría y húmeda arena de la mañana donde usualmente saltaba porque le gustaba como esta la amortiguaba. Decía que el suelo siempre tenía sed porque se tragaba toda el agua de la lluvia como una esponja. Pocas veces habían inundaciones. Salió de su casa, tenía las manos en los bolsillos de su pantalón corto y gastado color crema. Enseguida, se las saca para acomodarse los manguitos de su camisa mostaza. Su pequeño afro y piel negra proyectaban una niña valiente, capaz de enfrentar sus temores.
—¿Cómo se llaman ustedes? —preguntó con un taco en la garganta.
Las sombras no contestaron con palabras. Tea se transformó en una bailarina y realizó una pirueta terminando en cuarta posición, mientras que Tro inclinó su rostro con un saludo solemne. Vicky les aplaudió. Estaba alegre por su compañía y no tardaron en hacerse mejores amigos.
Aprendió que también podía hacer siluetas con sus manos. Estaba asombrada. Su sombra también se transformaba como sus nuevos amigos, quienes la veían imitando a los cangrejos que se desplazaban por todo el barrio.
Los tres exploraron Trastalleres, se hicieron uno con el barrio. Vicky y Tro se amolaron las espuelas, mirándose frente a frente con sus cuellos como cortando el viento, rozando la arena, en posición de duelo. Brincaron y chocaron sus patas en el aire, simulando este deporte que era común en las esquinas del arrabal. Tea los observaba desde la ventana de una de las casas pichi pen donde vivían. Construidas de las paletas de madera que botaban los barcos de carga; casas capaces de aguantar un temporal.
Justo en la otra esquina, en la calle Palma, se escuchaba la bomba que años más tarde influenciaron a nuestro Cortijo. Era lindo ver que todos esos tambores son mano de obra de los mismos que los retumbaban. Las sombras de las bomberas no tardaron en sacarla a bailar, a soltar y sanar experiencias generacionales.
Llegaron al fanguito. Área donde la arena se convertía en pantano tragándose todo lo que ahí cayese. Esto conectaba con el mangle. ¡Esa vereda de ramas no tenía fin! Fácilmente podían llegar a otros barrios caminando a través de él. Aunque a veces apestaba a arenca embotellada, eso no los detenía. Fueron pájaros carpinteros creando un escenario donde luego imitaban los sonidos de otras aves. Ahí aprendió a volar hasta en contra del viento.
Al regresar, decidió parar en una de las pocas casas que tenían tuberías. De afuera le gritó:
—Vecina, me llena esta botellita de agua para bañarme.
Llegó a su casa con dos botellas. La vecina le dio una para bañarse y otra porque notó que tenía sed. Cayó la tarde. Ya Tea y Tro se habían marchado. No había mejores brazos que los de mamá y papá. Durmió apapachada, en la consonancia de un hogar que minimizaba cualquier altibajo.
Antes del arrebol de la mañana, se había despertado con la sensación de que había soñado algo importante y no lo recordaba. Pensó acostarse otra vez para ver si volvía a caer donde se había levantado, pero no lo hizo porque ya casi era la hora del tren.
Estando afuera, lo vio pasar formando las siluetas con las que tanto jugaba. Les hizo caso omiso. Esperaba a sus amigos, pero estos nunca llegaron. Se sienta cabizbaja en la arena. Comienza a dibujar con su índice el escenario que construyeron ayer en el mangle. De repente, mientras dibujaba el telón, recordó parte de la conversación soñada esa noche.
—No verás más nuestras sombras, porque nos llevarás a la luz. Serás la maestra de maestros.
Victoria levantó su cabeza y continuó jugando con las siluetas del tren. Desde ese momento, había sido separada para las artes.