Una esquina en Phoenix Flamel

Relatos en una piedra sobre el río, por Alma Datil Calderón

"Quise escribir a diario durante este viaje, pero creo que, para escribir, además de leer, hay que observar, y más ahora que estoy en un país que nunca había visitado".

Por Alma Datil Calderón


Jueves 17 de julio de 2025 
6:15 PM
En una butaca de un café
Phoenix Flamel
101 Bd Aristide Briand, 85000
La Roche-sur-Yon, Francia

Un diario que quiso ser crónica

Hola, regresé. Ha sido una semana extraña. Parece que nunca terminaré de contarte cómo llegué a La Roche-sur-Yon. A veces se siente que no viajé, simplemente desperté en este pueblo, fatigada y llena de ojeras. No puedo tratar esto como una memoria porque es prematura. Sería un disparate de mi parte. Debo tratar el oeste de Francia como una crónica y escribirla, aunque sea en bulletpoints porque el estrés últimamente ha tachado mis capítulos. Desde unos años atrás todo lo que hago es embotellarme la vida para un examen que no volveré a tomar. 

Creo que es mejor dedicarme a editar el libro que llevo paseando desde abril y disfrutarme la semana que me queda de clases. En P.R. (o en el avión), puedo dedicarme a la crónica que cogerá polvo en mi librero. Quise escribir a diario durante este viaje, pero creo que, para escribir, además de leer, hay que observar, y más ahora que estoy en un país que nunca había visitado. En el oeste, en este pequeño pueblo donde la gente es amable y los domingos casi no trabajan. (Esa de los domingos la aprendí a la mala, cuando llegué el domingo 28 de junio, luego de haber tomado dos aviones y cuatro trenes, me tocó caminar 20 minutos con una maleta grande, un carry-on de 30 lbs y mi bulto, pero eso se los dejo para otro día que no tenga un maratón y tres idiomas peleando en mi cabeza). 

De hecho, no he sabido nada de la poesía aparte de los cuatro libros en francés que me compré. No me ha llamado, ni la he buscado, pero sorprendentemente estoy tranquila. Necesitaba un tiempo de ella a pesar de amarla con locura, con demencia. Apenas he usado el celular y me ha venido bien. No me gusta lo artificial que sabe ni lo liviano que me deja la cabeza. Puedo decir que me desintoxiqué lo suficiente en este viaje. De hecho, quiero regresar. 

Mejor dicho, necesito regresar. Un mes podría haber sido suficiente, pero estar todo el día en clases agota y como todo cierra temprano, apenas me daba tiempo; corrección, me da porque sigo aquí. A eso súmale que me enfermé. Eso me quitó mucho tiempo de exploración, pero son cosas que, aunque en el momento no lo entendemos, tenían que pasar. Enfermarse es tiempo de reflexionar. Soy muy apegada a mi familia, pero enfermarme me dio a entender lo mucho que me sanan sus abrazos y la compañía de un cuerpo en mi cuarto mientras me tiro a la muerte en mi cama. Los extraño, a ellos, a la comida, al olor de humedad de casa, al bullicio de la calle desde mi ventana, pero como único he crecido en esta vida es yéndome de casa temporalmente para volver con el temporal. Este viaje ha sido una mojada de pies porque aún pasea por mi mente el hacer una maestría en el extranjero. 

Me he mudado 17 veces ya y creo que tengo la certeza de poder mudarme a otro país. Aunque llore, pero toca. Toca crecer e infectarse con otros aires y preservativos. Toca ver al propio iris de café lo que las redes alteran y los libros callan. 


Próxima entrada…


Café en un corral

Ayer te vi por la ventana mientras salía de hornear macarons. Mami diría que eres un corral de puerco con tanta maleta, madera y cosas viejas guindadas por el techo, pero te guardé en mi Google Maps, porque había un caos detrás de tu escaparate que siempre busqué tanto en Puerto Rico, como en mis cinco años en Florida. Vine hoy, el día después, un jueves 17 de julio en Francia, y olías a grano fresco recién tostado. En las cosas viejas (o vintage) clavadas en el techo y las paredes, había recibos de vuelos que me invitaron a escribir. Eres un cajón marrón con butacas de tren de embuste con una pantalla que pasea una vía estática. Con los clan-clan-clan-clan de las gomas marcando cada milla a mi derecha, y un jazz viejo estadounidense (anglaise) a mi izquierda. Tienes libros por todos lados, especialmente arriba de la barra de café, en hilo, todo viejo y descompaginado como los borradores de mis versos. 

Hay muchas cosas viejas. Maletas, un globo terráqueo que gira solo como una bola de disco, candelabros, quinques, radio, bicicleta, motora, en fin, parece un almacén de un coleccionista que decidió abrir una barra de café en la esquina del fondo. Para que imagines, hay una carabela de dragón afuera de una de las butacas. Hay abrigos, una tetera en una maleta llena de libros y sacos en el techo. Las butacas quedan pegadas a la pared, pero se sienten esquineadas y yo amo estar en la esquina. Escondida en un mundo aparte, como un tab de internet. Hay barcos de tela, como los de piratas, mis favoritos. Quiero tomar este café, con sus donas de azúcar a 3€ y meterlo en mi bulto para llevarlo a casa. Quiero este rincón en Morovis y que suene el tren artificial todo el día para ilusionarme con una transportación pública que nunca llegará a la cordillera. Pheonix Flamel, eres el café que siempre soñé. No podré traerte, pero creo que te tomaré de musa y abriré una esquina de caos para vender pocillos y pan sobao. 

La.Corcheta
La.Corcheta
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