Alondra Iris
Ansiedad, depresión, soberbia, impureza… esas son las palabras que el mundo utilizaría para describir a la juventud que se alza. Cada día es más evidente el desbalance entre los sueños frustrados y los exitosos llenos de conquista. Yo fui una de la que se comparaba con personas reconocidas, ya sea en el físico, en sus talentos o en su diario vivir. Luego desesperada, indagaba en qué era lo que ellos hacían para llegar a tener esa vida. Muchos habrán creído en las leyes de atracción, en el poder de cristales, en cambiar su dieta drásticamente, en someterse a pruebas insuperables, imitar rutinas de estudios y de vida… Aquellas expresiones que mencioné al principio son tan solo el producto de la decepción de no haber sido lo «suficientemente bueno» al hacer algo que creíamos que nos llenaría.
¿Cómo podemos evitar caer en esa decepción que parece interminable? Hay dos claves que podemos encontrar en Romanos 12:2.
Al leer la primera frase «No imiten las conductas ni las costumbres de este mundo,» de inmediato pensé en nuestros intentos por sobrellevar nuestras vidas siguiendo el ejemplo de desconocidos. No es correcto buscar las soluciones a nuestros problemas y situaciones en los consejos del mundo, incluso cuando algunos pudieran parecerse a los principios bíblicos. Pues debemos recordar que Satanás es padre de mentiras, no tiene nada original. Toma lo que Dios ha dicho y hecho, y lo retuerce de acuerdo a su voluntad. Además, ¿estamos realmente seguros de que esos consejos les funcionan a los que los formulan? Jamás conoceremos la vida secreta de las personas, solo Dios, y ahí es donde se encuentra tu verdadero yo.
Luego continúa con, «más bien dejen que Dios los transforme en personas nuevas al cambiarles la manera de pensar.» Resalto en esta parte las palabras «dejen que Dios». «El amor de Dios no demanda que yo cambie. El amor de Dios produce el cambio en mí» (Carl H. Steves Jr.). Como dice en Romanos 7:22-25, no está en nosotros hacer el bien, por lo que es por pura obra y gracia de Dios ser transformados. Por ende, podemos cambiar nuestras conductas y seguir las del reino de Dios, pero si no son por medio de una transformación genuina con el Señor como autor, solo seremos religiosos que creen que por seguir ciertas leyes seremos salvos (ver Gálatas 3:10-25). Recuerden «dejar que el Espíritu haga su trabajo» (Gálatas 1:4), «a medida que aprendan a conocer a su Creador» (Colosenses 3:10).
¿Y cómo sabré si he sido transformado? En Santiago 1:21 dice «así que acepten con humildad la palabra que Dios les ha sembrado en el corazón, porque tiene el poder para salvar su alma». Algunas personas tienen la magnífica experiencia de ser transformados por el Espíritu Santo en un solo segundo. También está el caso de que esa transformación sea de poco a poco, día tras día, permitiendo que esa semilla plantada en nuestro corazón emerja y dé sus frutos. Es un proceso de constante renovación, por lo que no deben sentirse mal ni creer que Dios ama a alguien más que a que a uno mismo. Recuerden, «Pues Dios no muestra favoritismo» (Romanos 2:11).
El cambio, Dios en nosotros chocará con nuestra alma, donde residen nuestras convicciones, sentimientos, emociones, traumas, carácter, temperamento, personalidad y mucho más. Son aspectos que creemos que son partes irrevocables de nosotros, ya sea que estén bien o mal, no tenemos el poder para cambiar, pero Dios sí. Aceptar la palabra es buscar consejo en ella, buscar qué dice sobre nuestros temores y dilemas. Seguramente encontraremos mucho más de lo que pudiéramos imaginar. Debemos apropiarnos de estos versículos, hacerlos parte de nuestro diario vivir, y el Espíritu de Dios traerá remordimiento y cambio a medida en que le vayamos conociendo a Él y a su voluntad. «Enséñame tus caminos, oh Señor, para que viva de acuerdo con tu verdad. Concédeme pureza de corazón, para que te honre» (Salmo 86:11).
Amén.