Enrique Infante
Buenos días estudiantes. Hoy les contaré una pequeña historia acerca de mi maestra.
Hubo una época en que la gente iba más al teatro que al cine, ¿saben? Me recuerdo rodando, pero encima de tablas y de pueblo en pueblo, siempre al lado de mi maestra. Ella tenía un andar seguro y sensible; frágil y fuerte. Su imponente figura era la dualidad misma personificada. Estaba fusionada con las artes.
Años después, me soñé en Nueva York trepándome de los edificios despintados, en medio de la dinámica de los transeúntes, en la bulla de los trenes. En lo colosal de sus conversaciones.
Hubo un tiempo en los que sangre y arte fueron lo mismo; en los que lucha y tambor rimaban con derecho. México no era la excepción. Su águila en el centro de su bandera charlaba con nuestra estrella solitaria; pero ellas nunca estuvieron solas.
En otra ocasión su sombra africana se filtró en las luces de un cañón de teatro. Su atuendo de terciopelo hizo un contraste perfecto con el telón de la sala. El recinto quedó boquiabierto. Mi maestra conversaba muy a menudo con un tal Federico. Hablaban acerca de unas sombras muy amigas de su infancia.
También la vi saltando entre palabras, escurriéndose. Filtraba sus versos con el viento entre títeres y estampas. Su imponente, pero cálida voz, tenía la presencia de la tierra en sus entrañas. En medio de una escena la vi partiendo el fuego con el tornasol de sus manos y ahí mismo nació una nueva idea, y después otra sólida imagen y les puso nombres: Luis y Sol.
En años recientes, mientras regresaba con mi familia de una de las tantas protestas en Culebra, la vi en el mar, en la espuma flotante y efervescente; en medio de un gran movimiento constante, esculpiendo sus huellas en el agua y con la mirada fija del cielo puesta en ella.
La verdad, yo jamás pensé ver nada de eso, solo estuve en el momento preciso y con la persona destinada que el universo me puso.
En uno de mis sueños más recurrentes le pregunté: Maestra, ¿Recuerda aquel día de septiembre en su casa? no me acuerdo en qué año fue. Cuando nos pusimos a conversar de un tema y terminamos hablando de tantas cosas. Siempre fue así entre nosotras. Un caldero de esperanza brotó de mis sienes esa tarde.
Yo la vi en Santurce. Nos puso de colores todo lo que estaba en blanco y negro. Hay actos que no necesitan palabras.