Chica aguantando una sombrilla mientras una luz la ilumina

La salvación

"Con ojos entrecerrados, intentabas mantener una mirada fija hacia tu destino."

Alondra Iris

Caminando por las calles de una noche lluviosa, te perseguían. Cada parte de tu cuerpo estaba mojada y el frío se colaba a tus huesos. Con ojos entrecerrados, intentabas mantener una mirada fija hacia tu destino. 

Los podías sentir. No se te escapa la sensación de ellos casi pisar tus zapatos por detrás. Escuchabas sus pasos como un tacón contra el pavimento liso. Sus ojos sobre tu nuca expuesta ahora que tu sombrero se había ido volando con el viento. El miedo en la boca de tu estómago se había vuelto repulsivo y te convirtió pronto en una máquina que no podía hacer más que caminar, caminar y caminar. 

Sabías bien por qué te seguían. Desde la parte más profunda de tu conciencia, las imágenes y recuerdos de tus pecados y caprichos se proyectaban en cada gota que te hacía cerrar los ojos. Lo peor es que siempre fuiste consciente de que lo que hacías estaba mal, actos a condenar con la muerte. Mientras lo ocultabas en secreto, en la oscuridad de una noche como esa, no había quien te impidiera continuar. La única forma era revelarlos a la luz, pero el rayo al final del túnel te parecía cada vez más como una estrella caída en vez de la esperanza. 

Ahí es donde entran esos tipos que alimentaban tus pecados y ahora querían hacerte pagar por ellos. Te seguían desde la distancia para atormentarte. A veces aceleraban el paso y otras lo aminoraban, no se alejaban; jugaban. Pronto se cansaron de molestarte y pasaron a la verdadera acción: al clímax del juego. 

Fuiste agarrado por el cuello de tu camisa y luego lanzado. Tu pecho chocó duro contra el suelo áspero y frío. Fue como si te metieran un puñetazo. Con una gran bocada, buscaste aire, pero no podías respirar. La lluvia se había vuelto más fuerte y el agua se metía a tu nariz y boca. Te resultó un lujo llenar por una vez tus pulmones, pues pronto, aquellos tipos, te voltearon con brusquedad. Ahora por tu espada recorría el agua sucia de la calle. 

Te golpearon el rostro con nudillos de hierro puntiagudos. Intentabas gritar, pero ya habían partido tu mandíbula. Ahora no podías abrir los ojos más, te los habían lastimado, así que lo único que te restaba era contemplar cada uno de tus pecados por cada golpe. No podías discernir si el dolor de tus tobillos rotos era peor que el de tus rodillas destruidas, quizás lo hicieron con un bate o un tubo. 

Pronto fuiste un saco con las piezas de la máquina que solías ser. No tenías más ganas de vivir y ellos lo sabían, fue en lo único que te complacieron. El filo de la hoja de cuchillo traspasó donde antes se revolvían tus emociones—. ¿Te arrepientes? —te preguntaron—. Si —contestaste. Hubo una luz y luego oscuridad. 

Moriste. 

A la mañana siguiente, abriste los ojos. 

La.Corcheta
La.Corcheta
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