Pamela Llorens Ginorio
Hace poco supe de una coneja hacendosa que, cuando no estaba editando para la revista Salud y privilegio, solía coger su break en el food court más cercano. Amaba los lattes de avena, pero su comida favorita era la lecherita encebollada importada de Tierra persona – “Donde comer no perdona”. Rara era la vez que alguna descabellada campesina se distraía lo suficiente para caer rodando de una loma de manera orgánica, y la coneja pensaba que su proteína amplifica esa locura que llamamos imaginación. Siempre sonaban sus tripas al ver ese plato en la cafetería y pensaba que podría comérselo completo. A veces por los treinta generosos minutos que componían su break, otras por la urgencia, la dentuda se llenaba y pedía una caja para llevar.
En uno de esos gloriosos días pasó lo mismo. La fila del Domador estaba ‘explotá’ y la tonta alternaba entre ver la hora en el celular y penetrarle su mirada al canguro del mostrador claramente evadiéndola. Dos minutos se hicieron diez y por fin le entregaron el doggy bag. Atravesó el revolú hasta la mesa, solo para descubrir que el señor ratón le había botado su comida al zafacón. Luego de eso, no hubo día, lugar, ocasión u hora en que la coneja no pidiera su comida para llevar.
Moraleja: El que doble se ilusiona siempre pide para llevar