mujer en ventana

Elena, por Karina Z. Pérez

"Claro, como ya sabía, Elenita es la causa de mis problemas".

Por Karina Z. Pérez

Gritos y gritos cubren la noche. ¡Pero que mucho joden! Es que no puedo esperar al día que se divorcien. Exhalo humo y me paro del sofá. Mi cara carga el insomnio de las últimas tres semanas y mi pelo está enmarañado. Max se me pega de los pies. Pongo el cigarrillo en mi boca mientras lo amarro y salimos a caminar. Aburrida, espero que haga sus necesidades en el pasto. Al frente de mí queda la casa que me ha vuelto completamente loca estas últimas semanas. Veo la silueta de una mujer en la ventana, su pelo en un moño y la ropa no se le puede ver. Su esposo está al frente de ella, gritándole como siempre. Me volví a mi casa, minding my fucking business.

Hace unos años que regresé acá, no por voluntad, sino por mi mamá. Se enfermó. Los doctores me dijieron que fue Alzheimer ‘s, yo digo que fue culpa de su esposo…mi papá. Era un cliché, ¿no? Un tipo adicto al alcohol y a las mujeres del barrio. Yo siempre me escondía en el baño cuando llegaba a las tantas de la noche. Llegaba borracho y apestoso, con ganas de desahogarse a puñetazos con mami. Sin embargo, no había manera de sacarla de esa maldita casa. Siempre leal a su esposo, así lo dice la religión. Se casó por la iglesia católica, como todo puertorriqueño, basically. Personalmente, no soy muy aferrada a esas cosas, vivo en el momento. Eso de pensar en las consecuencias, la muerte, no me importa ya. It’s bullshit. Esos cuarenta años de matrimonio la terminaron de joder. Víctima del trauma matrimonial. Ni loca me caso yo.

Anoche tampoco pude dormir bien. I miss my REM sleep, my silent nights. Me levanté como a las seis de la mañana. No quise hacerlo, pero ni modo. Este cuerpo ya ni sabe lo que es dormir. Mi mamá ya está en un estado casi parapléjico. Le di su desayuno, harinita de maíz. El desayuno que me recuerda a mi niñez, for better or worse. Yo sé que debo ser más empática con ella, pero esta es la mujer con la que crecí, atada a un hombre que la usaba. Me encabrona de solo pensarlo.

Ya son como las seis de la tarde, lo indica el cielo con tonalidades amarillas y chinitas que veo desde mi ventana en la sala. Sentadita en el sofá, mi cabeza se va cayendo automáticamente del cansancio. Hasta que un ruido exorbitante me despierta.

No, no, es que no puedo más. Salgo de la casa con mi ropa más apropiada, pantalones de dormir cortos y una camisa de uno de mis Field Days de los noventa. Claro, como ya sabía, Elenita es la causa de mis problemas. Elenita, Elenita. Con mucho propósito camino a su casa, tomando unos pasos grandes, con cuestión de solo llegar lo más rápido posible. La vecina sale de la casa. Veo su cara ensangrentada. Corro hacia ella. ¡Santo Dios, cortaron a Elena!

—¡Ayúdame! –grita.

Aguanto su peso en mis brazos huesudos y la llevo a mi casa. Nos sentamos en la sala, ella toma agua en un vaso rojo plástico, sus manos le tiemblan.

—¿Y sabes qué es lo peor de todo? Estoy embarazada. Es niña.

La.Corcheta
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