Una pintura de un hombre anciano sentado en una silla. Sus manos se recuestan entre sus rodillas y hay ramas con flores rosadas detrás de él. Es pintada principalmente con amarillo y oro, las líneas y sombras de un tono azul oscuro.

El viejo del balcón 

Apenas salía el sol y ya se podía encontrar al viejo sentado en su balcón.

M. J. Ume

En la casa adyacente a la de mis padres vive un viejo con su esposa. La casa lleva años allí, cambiando poco al pasar el tiempo y jamás perdiendo su sentimiento de amor familiar. Al menos  mientras vivan las mismas personas allí. Apenas salía el sol y ya se podía encontrar  al viejo sentado en su balcón. 

Durante las tardes acostumbra a hacer lo mismo, pero con un cigarrillo en una mano y una cerveza en la otra. Aunque ya es medio viejo, siempre anda sin camisa, ocupado, yendo de arriba hacia abajo. Es un hombre alto acompañado de su barriguita de alcohol, que fue prominente desde que lo  recuerdo. Sus manos, arrugadas y ásperas por trabajo fuerte, siempre las prestaba al más necesitado, cuidando de todos los suyos, siendo paciente con todos los suyos. Sus ojos cristalinos siempre mostraban caridad. Cuando ya se le veía canoso el pelo escaso, se lo coloraba para “ocultar la vejez” ━ o  al menos así nos decía a mis hermanas y a mí. 

Siempre recuerdo cómo nos trataba. Somos las hijas que nunca tuvo, pues todos sus hijos eran varones. Cuando nos escuchaba hablando y cantando en nuestra casa buscaba su bocina, ponía su salsa vieja o una canción pop de los ochenta mientras esperaba a que le hiciéramos compañía desde nuestro balcón. 

 “¡Dios las bendiga!”, siempre gritaba al vernos. “¡Amén,  igual!”, le respondíamos a coro. Para celebrar el año nuevo nos invitó a su balcón, al igual que para celebrar la Navidad. Esto se repitió el Día de Reyes. Aunque nosotras entráramos a su casa a tomarnos un cafecito y a comernos unas ricas almohadillas de harina hechas por las manos santas de su esposa, el viejo se quedaba en su balcón. El olor a café, a humo y a dulces nos envolvía así estuviéramos dentro o fuera de su hogar. 

Ese viejo del balcón siempre fue, es y  será mi ángel guardián: mi segundo papá. 

Una pintura de un hombre anciano sentado en una silla. Sus manos se recuestan entre sus rodillas y hay ramas con flores rosadas detrás de él. Es pintada principalmente con amarillo y oro, las líneas y sombras de un tono azul oscuro.
«Sin título», Alyssa Martí Sánchez, Jonathan Sarmiento Chang, Angel S. Rolan Báez.
La.Corcheta
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