Por Max Nox
—Duérmete niña, duérmete ya, que si no viene el cuco y te comerá
La fingida dulce voz de su madre trataba de calmarla hacia un sueño profundo, más Carmen sabía la verdad.
Su padre estaba allí también, pretendiendo ser quien no era. Apoyado en el marco de la puerta mientras le sonreía a su pequeña, escondiendo sus demonios detrás de la hilera de dientes blancos extendidos. Mary terminó de arropar a su hija, le dio un beso en la frente y salió junto a su esposo Juan cogidos de la mano de la habitación de la niña.
Como si la canción fuera una invocación, en una esquina del cuarto, en la sombra de la oscuridad junto a la ventana, aquella criatura se alzaba en toda su altura casi como si estuviera esperando alguna travesura de parte de la niña para cumplir lo que su madre había pedido.
Carmen cerró los ojos y trató de conciliar el sueño. No habían pasado ni diez minutos cuando los gritos comenzaron. La misma escena de todas las noches volvía a repetirse como un ciclo sin fin. Esta vez, algo cambió.
Sin hacer mucho ruido, Carmen retiró sus sábanas y bajó de la cama. Con sumo cuidado abrió la puerta de madera solo una pulgada para poder mirar por la ranura. La luz entró al cuarto e iluminó aquella parte que evitaba mirar para no acordarse de aquel ser que allí permanecía. Volvió su mirada afuera, y desde su ángulo, podía ver como su padre mantenía a su madre agarrada por el cuello contra la pared. Luego, vio como esta consiguió a tientas una botella de vidrio que se encontraba en una mesita al lado. La alzó y la dejó caer sobre el cráneo de su esposo. La niña dejó de mirar cuando la sangre comenzó a brotar de la herida, cerró la puerta y caminó con decisión hacia la criatura. Sus pasos susurraron por el suelo mientras se acercaba al rincón donde él la seguía observando desde las sombras.
—¿Por qué no te los llevas a ellos? —suplicaba en medio de sollozos entrecortados, harta de aquel cuento sin acabar. —Ellos son los malos, deberías llevártelos a ellos. De todas formas, no les importo, lo único que hacen es pelear y discutir para luego fingir que no pasa nada —dijo sin aliento mientras miraba a los ojos oscuros del cuco.
De repente, una ráfaga de viento abrió todas las puertas de su hogar, las luces parpadearon hasta quedar a oscuras. El olor a tierra mojada se hizo notar junto al silencio que reinó al final.
Suspirando de alivio, Carmen se dirigió a su cama, se acostó y se arropó con sus sábanas. El sueño se la llevó de manera rápida y por fin pudo dormir en paz sabiendo que su pesadilla había terminado de una vez por todas.



