Una carretera hacia un puente mientras el cielo está nublado

El borracho suicida del puente del Lago Dos Bocas, por Max Nox

"Las náuseas amenazaron con subir para devolver la última cena que mi madre nos había hecho".

Por Max Nox

Era una calurosa noche de verano cuando el Departamento de la Familia de Morovis había venido a removerme de mi hogar. Entre fuertes patadas y lloriqueos intenté que desistieran de llevarme, al menos allí sabía lo que deparaba mi futuro, pero no sabía a dónde me llevarían y si el destino que sufriera en ese nuevo lugar sería mucho peor. De todas formas, mis esfuerzos fueron en vano. Mi cuerpo de apenas 5 años de vida fuera del útero de mi madre no era lo suficientemente fuerte para detener el de aquel hombre blanco alto y fornido de más de 30 años que fácilmente me subió a su hombro. Me llevó a rastras hasta el vehículo oficial con la ayuda de la trabajadora social, alta y morena, que mantuvo la puerta abierta. Este me sentó en la parte de atrás y me aseguró con el cinturón. 

Pasó casi una hora, cuando por fin pude controlar mi llanto. Nos adentramos a un puente que separaba un lago en dos. La iluminación era tenue y lo único que percibía eran las ondas calmadas del cuerpo de agua. De pronto, una sensación me recorrió el cuerpo e hizo que me sacudiera de una manera violenta sin poder calmar los repentinos escalofríos, seguido por unos susurros en la lejanía que llamaban mi nombre sin parar. 

—María, María, María… 

La voz ronca llegaba de todas partes. Un olor extraño inundó el carro y dificultó mi respiración, mientras avanzábamos por la plataforma. 

De pronto lo vi. De pie en el borde del puente estaba un hombre. Lo deduje por su complexión, ya que no podía ver su rostro. Este miraba fijamente al agua, como si esta lo hipnotizaba. En la mano izquierda llevaba una caneca de Palo Viejo, la reconocía porque era lo que papá bebía todas las noches. De un momento a otro, el sujeto se tiró al agua. Jadeé y me incliné hacia al frente. Miré a los adultos en la parte anterior y esperé por alguna reacción de su parte. Nada. Era como si nada hubiera pasado, y tan pronto dejamos el viaducto atrás, a mí también me pareció que aquello que presencié no había sido real. 

Después de unos largos minutos, tuve indicio de donde nos encontrábamos. Un letrero nos daba la bienvenida al pueblo de Utuado. Más adelante se hallaba una gasolinera que iluminaba el área. El chófer se detuvo allí para preguntar por indicaciones para llegar a la casa de la familia Martínez. El hombre no hablaba precisamente en un tono bajo. En lo que, también aprovechaban para llenar el tanque. Milagros me ofreció algo de comer, a lo que negué con la cabeza. La mujer frunció el ceño, pero debió asumir que el hecho de que te separarán de tus padres y te entregarán a unos totales desconocidos era razón suficiente para que en el estómago se te hiciera un nudo con tantas emociones que enfrentabas a tan corta edad.

Todavía estaba dándole vueltas al asunto en la cabeza, cuando noté que nos pusimos en marcha nuevamente. Esta vez, Miguel conducía más precavido para no pasarse de la entrada en la que tenía que girar. Había logrado tranquilizarme otra vez hasta que por el rabillo del ojo divisé una sombra sentada al otro extremo del asiento. Me sobresalté aún más cuando unos de los tantos focos de la carretera iluminaron por unos segundos a aquella aparición que agarraba con la mano izquierda el cuello de la botella de ron. por todavía en Estiré mis párpados a más no poder y el grito se quedó atascado en mi garganta por la fuerza del frenazo que ajustó el cinturón en mi garganta. Volví a mirar hacia mi acompañante, pero suspiré al ver el espacio vacío. 

El alivio me duró poco porque me percaté de que ya habíamos llegado a la casa de los señores de acogida. Los nervios se volvieron a asentar en mi estómago, las náuseas amenazaron con subir para devolver la última cena que mi madre nos había hecho. Resignada, me bajé del vehículo con el corazón a millón y casi en la boca. Al menos no parecían tan atemorizantes como imaginé. Luego de las debidas introducciones, Milagros y Miguel se despidieron y me dejaron a solas con mis nuevos encargados. 

El consuelo llegó de manera abrupta al ver que había otras niñas y niños igual que yo. Al menos ahora no me sentía tan sola. Pero una voz en mi cabeza me aseguró de que antes de llegar allí había dejado de estarlo. Como era de noche y los otros estaban durmiendo, Anabel y Felipe me acompañaron al cuarto que compartiría con las otras chicas. Cerraron la puerta detrás de ellos y me dejaron para que pudiera cambiar mi vestimenta, y luego acostarme. Cerré los ojos y no tardé mucho en caer en un profundo sueño.

Los días pasaron en calma y sin mucho alboroto, al menos para mí. Comprendí al observar a los demás que entre menos te hicieras notar, mejor te iba. Por eso, obedecía en todo e intentaba mantenerme lo más callada posible. Solo pronunciaba alguna palabra cuando era necesario, de lo contrario, era como un fantasma que vagaba por la casa. Así pasé las semanas, hasta que llegó casi el fin del verano y una corriente de agua inminente amenazaba con ahogarme.  

Todo estaba lo mejor que podía estar, pero esto acabó cuando llegó la hija de la señora con sus dos nietos. Ellos se encargarían de hacer realidad mis peores pesadillas. Traté de pasar desapercibida como he hecho todo el tiempo que llevaba allí, pero la falta de mi interés a ellos pareció molestarles. Y no se conformaron con asustarme. Trataron de ahogarme repetidas veces en la piscina y acorralarme en su habitación para intentar violarme, hasta que un chichón se formó en mi frente y fui castigada sin cenar a la habitación de las niñas con la luz apagada, lo que me aterrorizaba de sobremanera. Me encogí cerca de la puerta y escuché como todos se reían mientras yo me encontraba allí encerrada sin poder participar de lo que los hacía tan felices. 

De repente, se oyó un estridente sonido, como si la ventana de dos hojas se hubiera abierto por una fuerte ventisca y chocara con la pared. Me pareció ver gotas de agua caer. Me pareció raro porque no estaba lloviendo y enseguida, oí la pesadez de unas botas al chapotear en un suelo mojado. Seguí el poco rastro de luz que entraba por la ranura de debajo de la puerta hasta que me topé con una figura mojada de pies a cabeza muy parecida a la que había visto aquella primera noche en el pueblo. Me hizo recordar a mi segundo día aquí cuando traté de conectar con las otras chicas. Les conté lo que había visto y ellas me habían contado una leyenda que corría en el pueblo sobre un hombre borracho que se quería dar un baño y fue a dar al fondo del Lago Dos Bocas.

En vez de huir con miedo, que razones de más tenía, me puse de pie y me acerqué al hombre, o más bien, a la entidad que me había seguido hasta allí. Este levantó la mano desocupada y trató de acariciar el bulto morado en mi frente, pero no llegó a hacerlo porque se vio interrumpido por la aparición de las niñas que ya iban a dormir. Me distraje con ellas un momento, pero cuando volví a dirigirme a la figura fantasmal, una vez más se había esfumado. 

El sol entraba por la ventana abierta, anunciando un nuevo día para mi desgracia. Tenía que salir a enfrentarme de nuevo a aquellos chicos y soportar su acoso, pero ni bien me había incorporado en la cama cuando unos gritos desgarradores me habían azorado por completo. Todas salimos corriendo para ver qué ocurría. Salimos a la sala, pero allí no estaban, tampoco en la cocina. Así que salimos al patio donde estaba la piscina, y abriéndonos paso entre los adultos nos percatamos del barullo que se había formado. Mientras, las otras gritaban asustadas y casi vomitaban, me quedé muda al ver la escena que ante mis ojos se presentaba. Los cuerpos de aquellos dos niños flotaban en la alberca, y junto a ellos una caneca de Palo Viejo vacía les hacía compañía. 

La.Corcheta
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