Alberto J. Rivera
Yo era tan sólo un hombre que nunca conoció la felicidad.
Siempre observando las estrellas tan lejanas,
sintiendo cómo mi interior por la tristeza se desmoronaba.
Un día, en el parque, salí para dejar un rato toda esa intranquilidad,
y entonces te vi, mi mujer de gran belleza, mientras sentía cómo mi corazón volvía a ser de una pieza.
Tú te acercaste, me hablaste y me aceptaste.
Después de tanto compartir juntos
sentí cómo tu amor, tan puro, me liberaba de las cadenas de la soledad.
Fuimos a ver las nubes juntos y, mientras tu sonrisa me hipnotizaba, yo pensaba:
“Me encanta ver el cielo en tu compañía, eso me llena de paz y de alegría.
Nunca te apartes de mí,
ya que, desde que te vi, te convertiste en la dueña de mi corazón.
Con todo el amor que tengo hoy para ti,
con certeza, te puedo decir
que ni siquiera el tiempo o la distancia nos separarán,
pues nuestro amor es como el fuego, que nunca se exterminará.
Siempre estaremos juntos sin importar las circunstancias.
No me importan tu físico, tus pertenencias,
me importa tu yo-interior, el que me salvó y me acogió.
Estaremos juntos hasta que la muerte nos separe
y siempre te amaré a ti, pues eres mi razón de vivir.
Solo tú tienes la llave de mi interior, pues eres la dueña de mi corazón.»
