Maquenkhe
Tirando la puerta del carro al bajarse, lleva su uniforme escolar con falda de cuadritos, camisa que suponía ser blanca, pero el grisáceo de lo sucia la opacaba, toda engreñá y despeina’ evidenciaba una cosa, mucha diversión. Corre hacia mí, brincando sobre los círculos de cemento, jugando a no tocar la grama del pequeño patio frente al balcón de nuestro hogar. Sus zapatos negros, con dos medias en cada pierna, una mas arriba que la otra, me hace pensar que la moda es como la historia, se repiten. Se acerca deprisa, con risería en su hablar.
—¡Abuelo! ¡Abuelo! Para la clase de historia me dieron una asignación y necesito de tu ayuda —tambaleando, me paré del asiento con gran esfuerzo porque las rodillas no tienen la estabilidad de antes, mas esta niña crea un efecto mágico diría, porque siento que vuelvo a ser niño cuando estamos juntos. Poniendo mis manos viejas sobre sus cachetes, miro su traviesa inocencia, le sueno un beso en la frente de esos que te hacen crujir la dentadura y le cuento:
—En sexto grado, tu bisabuela, que en paz descanse, me dijo que de aquí pa’ lante me tocaba hacer las tareas a mí solito, disque ella iba a supervisar que las hubiera hecho bien.
—Siempre caminaba hacia la Goyco, la escuela de mi barrio Machuchal. Una mañana me faltaba una tarea por hacer. Salía por la puerta de la casa cuando mi vieja me gritó, “¡Mijo! Te fuiste sin contestar la pregunta de Estudios Sociales”. Ya mis pies descalzos habían tocado la tierra fría y húmeda de la mañana, mientras aceleraba el paso, casi corriendo, le grité “Bendición, la voy a hacer por el camino”. Por cierto, tenía un par de zapatos que me regalaron en la escuela, pero me incomodaban. Los cangrejos nos desplazamos mejor sin suela. Desde la calle calma a la escuela era toda una aventura, salía solo, pero de repente aparecía este hijuela ’e su madre y, “¡Juá!”. Tremendo susto de un compañero escondido en la esquina de la calle Diego. Cuadré mis puños como boxeador que había escuchado la campana para dar inicio al primer round. Así se unían otros, en forma de joda, vacilándonos, y la regla era una, “El que se agita pierde”.
—Entraba a la calle Ismael Rivera, todas las mañana saludaba a Doña Margot, con sus ventanas grandes y explayadas, se sentaba a tocar guitarra para el deleite de quien pasara por su cueva. La melodía disminuía mi paso, hasta lograr detenerme por completo para escuchar unos minutos de su música. Siempre me hacía la misma pregunta.“¿Ya encontraste tu talento? Recuerda que será una voz cuando quieran silenciarnos”. Palabras que al momento no entendía del todo, pero sembró una semilla que a su tiempo dio fruto. Seguía mi camino por la Loíza, la guardia nacional de Puerto Rico nublaba el paisaje. De lejos notaba el contraste como que esa pinta no mezclaba con los de aquí. Juran cuidarnos de todo, pero ¿quién nos protege de ellos? Esta raza ’e cangrejeros no ha sabido lo que es la veda?. Pa’ aquel entonces había que ser jodón, humilde, pero bravo. Cuando nos cerraron el acceso a la playa de Ocean Park, hacinados, nos topábamos con estudiantes de otras escuelas, veíamos los diferentes uniformes y nos despertaba un espíritu competitivo que podía terminar con un par de puños antes de llegar a la primera clase. Machuchal cada vez se hacía más pequeño. Somos cangrejos en peligro de extinción, nuestro pedazo de tierra se volvió atractiva para los grandes intereses, los mismos que mancharon nuestra playa de petróleo afectando la pesca y nuestro recreo. Me tocó ver el desplazamiento de mis amigos, forzando a sus familias a cambiar de madriguera, aún nos roban nuestra arena por la avaricia de otros.
—Mi parte favorita era llegar a la escuela y tenerla de frente. Su estructura gigante e imponente me hacían pensar que estaba entrando al futuro. Un pedacito del cielo en mi barrio. El único lugar donde existió un superhéroe de verdad, “Super Medina”. Limpiaba la escuela y cuidaba que nunca nos pasara nada. Parecía que el recogedor y la escoba eran extensiones de sus brazos, como dos armas que luchaban por una comunidad limpia, nos enseñó que se puede hacer arte hasta de la basura.
—Llegué a mi clase unos minutos tarde y la maestra Parrilla sin esperar a que me siente me pregunta, “Rafael, ¿Con cuál palabra definiste a Machuchal?” Me dirijo lentamente hacia el pupitre mientras contesto, “Misi, recién termino la tarea, observé a nuestro barrio, a nuestra gente, el olor a leña de los kioscos de comida me acompañó hasta llegar aquí. La salsa de nuestro cangrejo mayor, Ismael Rivera sonando en cada esquina resaltan las caras lindas de mi gente negra. Mi barrio, maestra, lo defino como resistencia”.
Mi nieta me miraba atentamente, enfocando todos sus sentidos sin distracción, con once años recién cumplidos siente gran pasión por la historia. Pone su mano izquierda sobre su quijada, mirando pensativa me explica:
—Mi asignación es llevar una historia de mi abuelo. No creas que no te entendí. Les contaré que eres eso, mi respuesta será tu resistencia.