Como una casa amarilla

"Mis abuelas están vivas, y este libro me hace querer analizar sus miradas, entrelazarlas con las mías, y, sobre todo, crear más recuerdos antes de que llegue todo lo que uno hace por primera y última vez: el morirse."

Valeria Román Ortiz

En el pueblo de San Lorenzo, en la urbanización Calle Amapola, la última casa al final de la calle es amarilla. Entre esta y la siguiente, encontrarás una casa anaranjada con la pintura desgastada. A la derecha de esta fila, otra casa amarilla adorna la calle en la que viven más de diez gatos acogidos por la comunidad vecinal. En cada una de estas casas viven, mis dos abuelas y mis recuerdos maternos, los retratos de lo que me ha humanizado. 

Según mi hipótesis, el color con el que pintas tu hogar refleja parte de quién eres, o impregna algo de ti y tu identidad en las paredes. Mis padres, unidos por las casas amarillas, se enamoraron siendo vecinos desde temprana edad. Al principio, mi madre no quería saber nada de mi padre; no le interesaba corresponder a lo que ella consideraba un amor innecesario. Le desagradaba escucharle, asomarse en bicicleta cerca de su vecindad, gritando sus sentimientos como si le doliera guardarlos en secreto. Como si fueran tan grandes que no podían permanecer tranquilos en su cuerpo, y era importante que los vecinos supieran de ellos para que él se sintiera liberado o correspondido. Hay algo en la mirada del que no se rinde que, muchas veces, uno comienza a disfrutarla, y sin darse cuenta, tu propia mirada cambia. Entrelazas las pupilas con las ajenas y ya no sabes en qué momento dejaron de ser solo tuyas para reflejarse en las de alguien más. Eso le ocurrió a mi madre. Luego nací yo, y las casas se convirtieron en el amarillo de mis recuerdos.

El amarillo tiene una esencia brillante, algo que asocias con lo cálido. Se asemeja a sentirse feliz y pleno, con amor dedicado a la vida. Hay algo en el amarillo de mi memoria que me conecta directamente con mis abuelos. El cuerpo de la abuela, escrito por Ana Teresa Toro, está envuelto en amarillo, porque te hace viajar al pasado desde un presente compartido. Comienzas a recordar lo que es ser un nieto, lo que has vivido a partir de una primera generación de dos mujeres que no eran ni madres ni abuelas, sino mujeres individuales en busca de su propia identidad, donde nada ni nadie más que ellas existían.

Ana Teresa Toro reconstruye sus vivencias con sus abuelas, materna y paterna, a través de la crónica, dándoles protagonismo a ambas y a sus recuerdos. Creo que la protagonista de esta historia es la memoria, ya que permite capturar todos los retratos que Ana Teresa Toro vivió desde que era solo una niña. La atención que Ana presta a sus palabras se siente como caricias para el lector, porque el detalle y los ojos con los que narra a sus abuelas evocan recuerdos y anhelos de las propias abuelas del lector. Captura a través de los sentidos —la vista, el tacto, el olfato— la esencia de ser un nieto y cómo su vida gira en torno a la conexión con sus abuelas, cómo tener abuelas nos hace más humanos. 

El libro es pequeño, pero dice mucho. Este se divide en tres secciones, “Ojos” “Manos” y “Cuerpo.” La primera parte recrea a su abuela María Francisca y relata cómo le operaron las cataratas en los años sesenta. Ana Teresa narra la visión como si fuera lo más esencial del ser humano, lo que nos permite ver el mundo como mundo. De hecho, hay una parte que así lo narra:. “Ver. Ver el mundo.” El toque de poesía que Toro utiliza en el relato hace que sea más ameno de leer. Que te sientas más cercano a sus palabras, como si te conocieran desde que leíste el título en la portada, y te hace reflexionar sobre tus propios ojos y lo que son capaces de capturar. Capturan emociones, vivencias, imágenes. Lo capturan todo mientras los tienes abiertos, y Ana te recuerda que lo hacen y que los tienes abiertos a través de la crónica. Luego, captura la importancia de las “Manos” y cómo sus abuelas utilizaban sus manos día a día como oficio, dedicándose a la costura y a la sanación. Finaliza con el relato “Cuerpo” y cómo el duelo de perder a un ser querido es sutil, lento, y, sobre todo, un proceso. 

Una de mis partes favoritas fue cómo Ana narra sobre una de sus abuelas que no quería casarse, quien era fría con relación al tacto, dormía en una cama separada a la de su esposo, pero guardaba cosas de él tras su muerte, demostrando que sí le quiso. Me hace reflexionar sobre cómo algunas mujeres expresan el amor de diferentes maneras, pero más que eso, que piensan a diario en lo que es la vida matrimonial. Hace unos días, mientras comía la cena que preparó mi abuela materna, ella me dijo: “Siento que me casé muy joven. A los 22 ya me casé y luego tuve hijos. A veces me arrepiento, lo hubiese hecho un poco más tarde. Siento que pude haber cumplido más cosas. No te cases joven.” Entonces yo pienso en lo que conlleva casarse joven, lo que dejas ir como mujer por sentir amor, y pienso en disfrutarme el amor de diferentes maneras. Pienso en amar a alguien más sin dejar de amarme a mí misma, porque el amor en colectivo te hace ganar, pero el individual te hace ganar contigo misma. 

El cuerpo de la abuela te invita a abrazar a tus abuelas, a analizar la primera raíz que te permite ser quien eres, sobre todo si eres mujer. Me hace pensar en mi abuela, sin tener a mi madre; y a mi madre, sin tenerme a mí; y a mí, sin darle vida a nadie. Me imagino a mí como soy ahora, sin hijos, y lo que pensaré de mí en un futuro si decido aplicarme esas etiquetas. Ana Teresa Toro argumenta que: “La gente se muere, pero de sus miradas, cómo vieron la vida y cómo la percibieron, siempre queda alguna cosa.” Ella me ha hecho regresar al libro una y otra vez, porque lo convierte en una casa amarilla.

Mis abuelas están vivas, y este libro me hace querer analizar sus miradas, entrelazarlas con las mías, y, sobre todo, crear más recuerdos antes de que llegue todo lo que uno hace por primera y última vez: el morirse. Luego quedarán sus cosas, mis recuerdos, y mi propia mirada, anhelando vivir una vez más lo que vivo en este presente, lo que abrazo todos los días sin querer dejarlo ir, como cualquier nieto. 

Referencias

El cuerpo de la abuela, Ana Teresa Toro (2015) Libro. 

El cuerpo de la abuela: Una oda a la memoria. Reseña por Loraine Rosado    Pérez.

https://libros787.com/blogs/libros787/el-cuerpo-de-la-abuela-una-oda-a-la-memoria

La.Corcheta
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