Gabriela Enid Morales Hernández
El recuerdo de estar en un lugar oscuro, frío y desolado, la atormentaba. Caminaba despacio, pero con firmeza. Segura de sí misma. Hasta vestida de arrogancia. Se acercaba a aquel lugar con un solo pensamiento: Por fin encontré al demonio que por mucho tiempo estuve buscando.
Empuñaba su arma mientras se dirigía con decisión a aquel lugar lleno de espíritus afligidos. La hermosa luna llena hacía brillar la daga en su mano izquierda, la cual estaba forjada con fuego de su dragón, lista para matar.
Dando una patada, abrió las dos puertas de madera. El silencio se hizo presente y la brisa que entró apagó las velas, sumiendo todo en la oscuridad. La caza estaba a punto de comenzar y la sangre a un pelo de correr.
Y es así como este sueño de una realidad alterna se une a muchos otros. La niña de ocho años se cuestiona qué acaba de soñar, poniendo dudas en su pequeña cabeza sobre lo natural y lo sobrenatural.
Mas el terror se apodera de ella al despertar de manera abrupta y percatarse de la daga que sostiene con fuerza en la mano derecha. El mismo puñal de aquella pesadilla. De pronto, sintió cómo la cazadora tomaba el mando, cambió la daga a la otra mano y, sonriendo de lado, volvió a poner la cabeza sobre la almohada, mientras deslizaba el puñal debajo de esta.