Mia Nieves Reyes
Aisha se aseguró de que el clima estuviera perfecto. Se había vuelto buena prediciendo el clima con solo oler el aire. Era importante para ella desarrollar estas habilidades si quería lograr su sueño de volar. Hizo un esfuerzo por separar la fecha: la primera vez que usaría un avión de papel. Todos le recomendaban una guía para enseñarle, pero ella confiaba en sus habilidades. Aún así, hizo cita como si se tratara de que algo saliera mal. Mientras esperaba en la fila con su avión de papel en los brazos, su cuerpo vibraba de emoción.
Echaba un vistazo de vez en cuando hacia al frente de la fila para ver a los demás subirse a su avión por primera vez. El chico enfrente estaba acompañado por un hombre mayor que lo sostuvo para que no perdiera el equilibrio. Parecía asustado pero ya tenía ambos pies en las alas del avión de papel. El hombre mayor, quien Aisha asumió que era su guía, lo aseguró antes de que tomara vuelo. Fue una experiencia mágica. Con el viento empujando el avión hacia el cielo, tomó vuelo, desapareciendo a través de las nubes, riendo genuinamente con el avión de papel.
Algunos cuantos vuelos más tarde, Aisha era la única que estaba en la fila, buscando a su guía. Comenzó a sentirse ansiosa, considerando que estaba a punto de agarrar vuelo por su cuenta. Un hombre gritó su nombre desde el área de despegue y corrió hacia ella, sudando, mientras intentaba recuperar la compostura. Aisha sintió que se le encogía el estómago al darse cuenta que era su guía era más joven que los demás. Este le sonrió y dijo:
—Tú debes ser Aisha. Perdón por la espera, es mi primer día como guía y tuve dificultades para procesar los documentos, pero ya estamos listos.
Aisha frunció su preocupación.
—¿Tu primer día? Debe ser un error, es la primera vez que vuelo.
El guía asintió con entusiasmo, hablando con un dulce tono.
—¿No es genial? Estaremos viviendo esta experiencia juntos. No te preocupes. En caso de que algo salga mal, estoy aquí para ayudarte.
Aisha aceptó. Colocó su avión de papel en el suelo y su pie izquierdo en el ala del mismo lado. El guía sonrió. Ofreciéndole su mano para que ella la sostuviera, pero Aisha desistió. Levantó el pie derecho para colocarlo en la otra ala, pero cayó al suelo. Intentó hacer lo mismo una y otra vez, golpeando el suelo cada vez con más fuerza. Finalmente, miró a su guía, quien no había hablado hasta el momento. Le sonrió pacientemente, dándole espacio para que lo intentara sola.
Aisha suspiró y dijo:
—¿Podrías ayudarme?
El guía cobró vida.
—Por supuesto, para eso estoy aquí.
Aisha, avergonzada, sostuvo su brazo y, con su ayuda, pisó de forma segura el avión de papel. En el primer intento sintió sus pies atrapados en las alas.
El guía sonrió.
—Muy bien, inclínate hacia adelante para descender y hacia atrás para ascender. Ten fe, el viento te llevará a donde quieras ir. Recuerda, hay un límite de tiempo, pero como tardaste tanto y es nuestra primera vez; extenderé el límite de tiempo para que puedas divertirte.
El guía retrocedió unos pasos y señaló el avión que despegaba desde la zona de vuelo.
—Mientras estés en el aire, te observaré en caso de que necesites ayuda.
Aisha se posicionó para tomar vuelo.
Al principio, el viento dudaba en moverla. Aisha se quedó mirando su avión de papel, inclinándose hacia atrás mientras esperaba que el viento la elevara en el aire. Cuando menos lo esperaba, la empujó fuera del área de vuelo hacia las nubes. Su avión de papel se sentía ligero y rápido en sus pies, subiendo y bajando por el cielo. Aisha podía ver los otros aviones de papel volando a su lado, y sus pilotos sumergidos en su propio mundo como para notarla. Ella los saludó, inclinándose para llamar su atención, olvidando que la acción la haría descender. Sorprendida por la velocidad de su caída, cerró los ojos y empezó a gritar.
De repente, su avión se detuvo, sintiéndose pesado en sus pies. Aisha abrió los ojos y se vio rodeada de agua. Su avión de papel estaba empapado, pero el área donde mantenía los pies funcionaba como un salvavidas. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que había caído en un valle que estaba inundado. Se reclinó, inclinó, y luego de lado a lado. No había viento, sólo agua estancada. Desde la distancia, ella escuchó una voz que gritaba su nombre. Volviendo su mirada hacia arriba, vio la sonrisa familiar de su guía sentado en el valle.
Aisha agitó sus brazos.
—¡Guía! ¡No puedo salir, necesito ayuda!
Su guía se puso de pie, paseando pensativamente. Aisha comenzó a preocuparse, pero el guía le aseguró que la ayudaría. Unos momentos después, su guía navegó hacia ella en un bote de papel, lo suficientemente grande como para llevar a tres personas si fuera necesario.
El guía la saludó:
—Te haré compañía desde aquí.
Aisha retrocedió.
—¿Qué quieres decir con hacerme compañía? ¿No estás aquí para salvarme?
El guía negó con la cabeza y con una sonrisa amable en su rostro explicó:
—Aisha, mi trabajo es guiarte. Solo tú puedes rescatarte.
Aisha se quedó sin palabras. Sintió que su avión de papel se hundía más en el agua y que su corazón se apretaba por el miedo.
—Pero, ¿cómo voy a superar esto?
Los ojos de Aisha comenzaron a lagrimear atrapada en su triste avión. Esperaba que una ráfaga de viento se la llevara. Saltaba y se inclinaba en todas direcciones, siendo cada intento una decepción.
—Guía, está oscureciendo. Tengo miedo de no volver a volar nunca más.
Su guía observaba las ondas en el agua desde su bote de papel.
—¿Por qué tienes miedo de no volver a volar?
Aisha contuvo un sollozo.
—Porque no puedo salir de aquí. Ni siquiera sé cómo llegué aquí.
Su guía la miró sin expresión.
—Aisha, ¿ya te estás rindiendo?
Aisha apretó los dientes ante la acusación.
—¡Por supuesto que no!
Aisha comenzó a moverse de nuevo, luchando contra el pesado papel que la sujetaba. Sintió que se elevaba del agua dejando al descubierto su avión de papel lo suficiente como para emprender el vuelo. Se echó hacia atrás, pero sabía que el papel estaba demasiado húmedo para volar. Gritó con frustración, hundiéndose más profundo que antes.
—Por favor, estoy desesperada, guía.
Su guía le sonrió.
—¿Por qué estás desesperada? Lo estabas haciendo muy bien.
Aisha comenzó a llorar de todo corazón.
—Me quedaré aquí para siempre.
El joven guía la observaba mientras lloraba. Una vez que ella se calmó, habló suavemente.
—Aisha, te quedarás ahí para siempre si lo permites. Hay una salida, solo tendrás que encontrarla por tu cuenta.
Aisha se secó las lágrimas.
—¿Cómo puedo hacer eso?
Su guía sonrió.
—Con tiempo y esfuerzo.
Por primera vez, Aisha miró hacia el cielo. Podía ver claramente los aviones de papel volando sobre ellos. Trató de llamar la atención gritando y agitando el agua. Un avión de papel descendió del cielo y flotó sobre ella. Era el chico que tomó vuelo, le preguntó:
—Oye, ¿todos están bien?
Aisha negó con la cabeza, mirando a su guía que estaba cómodamente sentado en su barco de papel.
—¡No! No puedo volar y mi guía no me quiere ayudar. ¡Por favor, ayúdame!
El chico se agachó para ayudarla a levantarse. Ambos tiraron fuerte en direcciones opuestas, pero solo lograron salpicar agua. Un chorro de agua amenazó con hundir el avión de papel del piloto. El chico, reflexivamente, soltó a la chica. Aisha retrocedió bruscamente.
—¿Por qué te detuviste?
El chico la miró con ojos tristes, temeroso de responderle. En cambio, señaló hacia el ala derecha de su avión de papel, más pesado por el agua.
—Lo siento, pero si sigo tratando de ayudarte, me hundiré contigo. Vas a tener que hacer esto por tu cuenta.
Se fue volando en su avión de papel, dejándola atrás. Ahora el agua le llegaba a sus rodillas y apenas podía distinguir su avión. Comenzó a llorar nuevamente, rogando que alguien más la notara.
Su guía continuaba observándola desde su bote de papel. Vio cómo los pilotos volaban para tratar de ayudarla, solo para dejarla cuando se daban cuenta del efecto que ella tenía en ellos. Cada vez, Aisha lloraba para atraer a personas de buen corazón y terminaba más sumergida que antes. Los intentos se hicieron más espaciados y menos efectivos. Eventualmente, los pilotos dejaron de bajar para ayudarla. Aisha se quedó en silencio con su cuerpo sumergido hasta la cintura. Rompió el silencio con un susurro:
—Estoy empezando a acostumbrarme a esto. Es más fácil así.
Después de un momento de procesamiento, el guía preguntó:
—¿Estás feliz?
Aisha miró a su guía. Ya no sonreía tranquilamente como solía hacerlo.
—¿Serás capaz de acostumbrarte a perder el tiempo que podrías usar para vivir tu vida? ¿Serás capaz de acostumbrarte a nunca más ser feliz?
Aisha consideró su experiencia. Lo feliz que se sentía volando, a pesar de su miedo y de su trágica caída. Esperó toda su vida para tomar vuelo, sus padres la ayudaron a construir su avión de papel con ella, su guía la ayudó a aprender a pararse en su avión. Pensando en las nubes, en la brisa sobre su rostro y en volar con los demás, decidió que quería volver a volar. Aisha respiró hondo.
—No.
El guía sonrió. Aisha sacudió la cabeza y no se frustró, dejando que el recuerdo del cielo le diera la fuerza necesaria. Ella usó sus brazos para nadar hacia atrás y levantar sus pies. Cuando al fin su avión de papel estaba fuera del agua, extendió la mano hacia él y rasgó el papel. Cuanto más daño recibía el avión, más fácil le resultaba moverse. Finalmente, no quedó nada de papel y Aisha nadó hasta el bote que había estado flotando a su lado por horas. Su guía la ayudó a subir al bote.
—¡Eso fue increíble! ¿Cómo te sientes?
Aisha sonrió.
—Cansada, pero muy aliviada.
El guía sonrió amablemente.
—Te llevaré a la orilla. Tomará un tiempo, pero saldremos adelante.
Aisha sintió el viento en la cara mientras el barco de papel navegaba con facilidad por las aguas. Respirando libertad, Aisha suspiró.
—Gracias.