Por Caleb Ortiz
Crecí fuera del área metropolitana, es decir, esa área de San Juan, Bayamón, Caguas, etc. (no entraré en la disputa sobre qué está dentro del área metropolitana y qué no) que el puertorriqueño llama Metro. Tuve una educación de escuela pública donde la historia de mi país se limitaba a taínos, españoles, esclavos… para luego caer en la actualidad donde por familia te enteras de que la política del país es tan complicada como sencilla. Al parecer todos tenemos la solución del país y conocemos quién hace corrupción y quién no (al menos eso daban por sentado mis padres y tíos). Creo que es una imagen clásica de las dinámicas de una familia dentro y fuera de la Metro.
Según Kroeber y Kluckhohn (1952), la cultura es ese conjunto de patrones explícitos e implícitos que caracterizan a un grupo de personas. Entender la importancia de lo que éramos, entender la historia de aquellos que estuvieron antes de nosotros, no estaba muy fomentado en mi círculo. Ser de Puerto Rico de repente se sentía como si no tuviese pertenencia. Por un lado, no me sentía igual que los “gringos”, pero tampoco conocía ni entendía nuestra conexión con Latinoamérica. Sin embargo, siempre me quedaba claro que había algo diferente en nosotros. En ese momento comencé a cuestionarme qué significa ser puertorriqueño.
¿Realmente conocemos y aceptamos nuestra cultura, tanto las cosas buenas que nos definen, como por igual las malas? ¿Conocemos las tradiciones y expresiones que nos caracterizan? Son preguntas que debemos contemplar. En una cultura global donde se perciben tendencias que nos impactan a todos, la identidad cultural pierde parte de su esencia. La cultura se transforma sin los fundamentos por lo que se aleja de su forma original. Es imposible pretender que nuestra cultura no evolucione. Los accesos a recursos, educación, contenido y estilos de vida se insertan en nuestras costumbres y evolucionan a lo que algún día llamaremos “la norma”. Existen diferentes ejemplos para demostrar estos cambios: el sentido de comunidad en navidades, estilos de comida, tradición musical, jerga, etc. No pretendo generalizar un sentimiento de experiencia personal, pero dentro de mis observaciones me he percatado de algunas peculiaridades.
En los últimos años hemos recurrido a eventos, tanto positivos como negativos, para destacar nuestra identidad. Ricky renuncia, Puerto Rico se levanta, elecciones, eventos deportivos y conciertos son solo algunos ejemplos que muestran una parte de lo que representa ser puertorriqueño. Aun así, en nuestro diario vivir no puedo percibir esa esencia. Se tergiversa nuestra identidad como si fuera una superficial que brinda una imagen separada de nuestras subculturas, pero nunca un consenso claro de nuestra identidad cultural en su totalidad. En nuestros espacios compartidos se hace referencia a un pasado pintado por la educación pública y la academia que no resulta útil para comprender nuestra historia. Esta dinámica se refleja en otras generaciones que la mayoría de su vida solo les dio el tiempo de sobrevivir. Entonces, recaemos en la pregunta principal de nuestra identidad, ¿qué es ser puertorriqueño?
El sentido de pertenencia de nuestro país se refleja en las dinámicas en las que se desenvuelve nuestra cultura. Las artes y otras disciplinas, inconscientemente, aunque no es su fin, documentan el reflejo actual de nuestra sociedad. El arte sin esencia muestra la carencia de identidad. La dinámica se repite en los diferentes planes de nuestro gobierno que no corresponden a nuestras necesidades; la empresa privada que corresponde a emular sistemas que tampoco corresponden a nuestros entornos; y el estado deteriorado de los sistemas de educación secundario y postsecundario que muestran una base profesional que carece del sentido de pertenencia de un país que es de todos. Cuando me detengo a buscar la información, tradiciones y pensamientos que nos competen, no puedo encontrar de manera sistemática la misma. La falta de documentación de nuestra historia y tradición ha sido un inconveniente para todos, pero me pregunto si es intencional. Pareciera que estos temas les importan a unos pocos, pero cuán accesible se encuentra nuestra historia para todos.
¿Será que debemos aceptar nuestra evolución cultural donde las dinámicas globales están presentes dentro de nuestros discursos? Quizás nuestra identidad cultural que resalta como resistencia es la respuesta a nuestra eterna opresión y así nos definen como “los que sobrepasamos las crisis”. ¿Será que algún día el celebrar los fundamentos de nuestra cultura les interese a algunos? Creo que buscamos vivir dentro de un contexto donde se normaliza sobrevivir. Ante todas estas crisis constantes dudo que ejerza el espacio de pensar en nosotros como colectivo.
Entonces, ¿a quién le corresponde la responsabilidad de estas dinámicas y quién debe aportar al desarrollo de las soluciones? Ciertamente la responsabilidad es compartida y nos corresponde a todos, pero no dejo de pensar en qué puedo hacer desde mi entorno. Cómo me puedo involucrar con mi gente, cómo fomento las ideas que algún día otros de nosotros ya pensaron, cómo evoluciono el pensamiento desde el fundamento. Aún no tengo las respuestas a estas preguntas, pero creo que vale la pena escribir sobre ellas porque al final, aunque no lo entienda, PR es otra cosa.
Referencias:
Kroeber, A. L., & Kluckhohn, C. (1952). Culture: A critical review of concepts and definitions. Harvard University Press.