Por Génesis Ramírez
Mi tía siempre ha hecho muñecas muy extrañas, altamente realistas, pero extrañas. Pensé que al mudarme de casa por fin dejaría aquella casa de muñecas. Pero mi tía me regaló una en mi boda, la muñeca más realista de todas las que había hecho. Había algo en la mirada de la muñeca que me petrificaba. Como si estuviera encerrada en aquel cuerpo de cerámica y miel. Mientras estuvo en casa, la remota idea de que respiraba me vino a la mente. A veces creía ver su pecho respirar, pero no estaba segura. El día en que decidí empeñarla dudé mucho sobre lo que estaba haciendo. Sus ojos de cristal me miraban penetrantes como si esperaran el momento de vengarse. No fue hasta unos días después en donde, mientras dormía, sentí unas manos frías deslizándose por mi piel. Era la muñeca, escondida bajo las sábanas. Antes de que pudiera gritar puso su mano en mi boca y no fui capaz de pedir ayuda. Entonces me jaló hasta el suelo y me metió debajo de la cama. Allí empezó a devorarme la cabeza, las manos, los pies y hasta el alma.