Eres un cadáver de una gatita.
Pelo sedoso negro, orejas rosa pálido
y almohadillas ásperas.
Cuando la gente te veía,
pensaban en la mala suerte,
pero yo no, yo te veía.
Soy la cáscara de una gatita.
Pelo blanco, orejas rojas vibrantes
y almohadillas suaves.
Cuando la gente me ve,
piensan en la inocencia,
pero tú no, tú me ves.
Siempre tenías las garras afuera
y fingías que los odiabas.
Yo siempre maullaba y
fingía que me gustaban.
Nuestra relación era una mutación,
un capricho de la naturaleza que
ni siquiera la ciencia podía explicar.
En el reino animal, no podríamos ser más diferentes.
Yo nunca tuve miedo, pero tú siempre temblabas
como si supieras que ibas a morir joven.
Aún lloro la muerte de esa gatita,
yo sigo siendo la gatita que dejaste atrás,
enterrada en la nieve, ahora invisible y confundida.
En la oscuridad nos miramos a los ojos.
Evolucionaste y no te reconozco,
pero me asegura tu ronroneo.