"Me divorcié de Mirena", de Alma Datil Calderón

Me divorcié de Mirena, de Alma Datil Calderón

“¿Cómo le pido perdón a mi vientre por regresar a la regla? ¿Cómo hago las paces con mis caderas antojadas por parir?”

Le temo a la maternidad. No sé qué pasará con mi cuerpo y mi mente cuando esa yerba mala crezca dentro de mí. Cuando patalee mi estómago en busca de espacio para dormir, cuando se ponga de cabeza para darme náuseas, cuando me haga llorar porque no me veo los pies o cuando me haga perder el foco en mis pupilas a la que escuche ese primer llanto.

            Aun así, estaba dispuesta a llenar mi boca de acidez con tal de sentir el remolino de sus manos inflar mi barriga. Grapar estrías en mis muslos, tapar mi ombligo con audífonos y ponerle boleros. Botar el sueño por las noches, incomodarme con los perfumes de quien fuera su padre, dejar que la mala barriga me convenza de botar a familiares. Quería ser miserable de sus gritos, pelar mis bolsillos con la compra de pañales, llenar mi closet de kimonos, y recibir las caídas de cabello y canas aun estando sin mami en Florida, pero eso quedó versificado en mis diarios.

            ¿Cómo ser madre sin alguien que fuera padre? ¿Cómo se alimenta un óvulo sin aguas fertilizantes? ¿Cómo alegrarse de ser sobria de anticonceptivos cuando me quitaron la ilusión de la maternidad? Cargaba una ‘T’ en mi vientre y me juré eternamente desprenderme de ella cuando mi matriz se antojara de enraizar un cuerpo ajeno.

            En la mañana de aquel 7 de julio del 2022, el taco en mi garganta ahorcaba mis ojeras. Llevaba semana y media soñando con unos cachetes rosados carcajeando mis mañanas y unos iris entrecerrados abrazando mi piel. Sin embargo, esas risas ilusas y piel recién nacida se pudrieron con aquel apellido que traduce al abandono. La peste a látex y desinfectante nublaba la sala de espera del ginecólogo. Se me activó un astigmatismo del lloriqueo que llevaba desde la mañana. La técnica me llamó al cuarto y ahí quedé tirada en la camilla con el papel de estraza arrugando mi bata y los vellos de mi espalda.

            Los pasados tres años se conglomeraron en mi cabeza y la resolución de desligarme de la alcahuetería de mis 21 hizo eco en mis oídos. Yo tenía 25. Rota como las promesas, vacía como mi cama, abandonada como mis maletas llenas de ropa interior sin estrenar. Mis tímpanos se llenaron de aguas saladas, mis ojos rojos con una nota de maldeamores y mi pecho apuñalando mis gritos.

            Entró la ginecóloga y les preguntó a mis labios hinchados qué les pasaba y fue ahí que mis huesos se volvieron polvo. Vertí los últimos galones que quedaban en mis venas. ¿Cómo le pido perdón a mi vientre por regresar a la regla? ¿Cómo hago las paces con mis caderas antojadas por parir? En varias ocasiones me han hablado del aborto, pero nadie me preparó para divorciarme del anticonceptivo porque no hay nadie con quien mis ovarios puedan bailar. Tomé la torpe decisión de botar pesos que retenían mis senos y volví a ser talla B. Volví a ver mis ojos al sonreír. Quemé el último cable que me ataba a aquella convivencia asesina de sueños. Empiezo a verme flaca, pero ahora cargo estrías de gorda y no de preñada.

*Mirena es el nombre comercial de un dispositivo intrauterino hormonal. Un dispositivo intrauterino hormonal es un tipo de anticonceptivo que se coloca en el útero y usa hormonas para evitar la concepción a largo plazo.*

La.Corcheta
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