Escandalosa carta causa revuelos en la familia Falcó

"Todo había sucedido demasiado rápido, a mi parecer. Mientras observaba el frío ambiente del exterior, sentado en la parte de atrás de la patrulla, no pude evitar sentir que los colores navideños que resaltaban en todas las esquinas comenzaban a tornarse grises y aburridos."

Génesis Ramírez

“Dicen que un hombre con experiencia difícilmente puede llegar a sorprenderse, pero lo que yo viví aquella noche, víspera de Navidad, sin duda superó cualquier cosa que hubiese visto antes. Mi nombre es Armando Dubois, y a través de esta carta, intento dejar evidencia, como si de algo sirviese, de mi inocencia ante los casos contra los que me han acusado. Como toda historia bien contada, debería empezar desde el inicio, pero para no crear sospechas anticipadas, prefiero iniciar desde un punto más adecuado para la historia. 

Me encontraba en el hotel Charlotte D’ Saint en Nueva York, listo para derrochar toda la fortuna de otro y ver con mis propios ojos el famosísimo brazalete imperial en el que tanta publicidad habían gastado para la subasta que tendría lugar esa misma noche. El ambiente era preciosísimo, las decoraciones de Navidad más refinadas resaltaban el tipo de clase social que albergaba tal hotel y, sobre todo, el hotel en sí mismo. Con sus columnas inspiradas en la arquitectura romana, hacía sentir a cualquiera que entrase y pisara sus alfombras rojas completamente fuera de lugar. Hubiera querido estar allí en representación propia, pero en realidad iba en nombre del conde Falcó, quien me aseguraba que ganaría una cuarta parte del costo total de aquel brazalete que valía, sin duda alguna, una fortuna digna de admirar. 

Entré al área de recepción, donde me recibió una señorita atractiva, cabe destacar, con una voz con la misma descripción. Nos habíamos conocido brevemente esa mañana cuando me disponía a reservarle al conde Falcó un espacio en la subasta de esta noche y, accidentalmente, tuvimos un pequeño percance. Era una señorita un poco torpe.  

—Su nombre, por favor —pidió mientras observaba sus archivos, sin sacar la vista de ellos. Seguro que aún estaba enojada conmigo, aunque en realidad había sido su culpa. 

La observé en silencio, con la cabeza ligeramente inclinada, esperando que desistiera de su intento de ignorar mi presencia por completo.

—¿No piensa saludar? 

Su actitud no cambió en lo más mínimo, y el guardia comenzaba a fijar su mirada en nosotros.

—De acuerdo, vengo en nombre del conde Falcó.

—¿Y su nombre? 

—¿Le interesa mi nombre? —le expresé encantado.

—Su nombre, señor —dijo, por fin mirándome a los ojos. Seria como siempre, completamente encantadora. 

—Jeremy Castro, el placer es mío —dije, entregándole mi identificación. Parecía que toda nuestra interacción se iba a limitar a un desinteresado intercambio de palabras pero, para mi buena suerte, la señorita se despidió diciendo:

—Que tenga una buena víspera de Navidad […], Dubois —dijo casi entre dientes.

—Disculpe, ¿qué fue lo que dijo?

No escuché muy bien lo último.

—Siguiente, por favor —sus palabras eran más cortantes que el mismísimo hielo en esta época.

Continué por los pasillos del hotel hasta llegar a la amplia sala de actividades en donde se daría la subasta, una sala muy oscura, cabe destacar. Al comenzar, veía pasar todo tipo de reliquias: joyas, cuadros, jarrones de dudosa procedencia, todo era espléndido. Admito que en ocasiones me sentí tentado a pedir alguna que otra cosa, en especial porque aún no le había comprado nada a mi madre para Navidad, pero con el dinero que ganaría con esta compra, irónicamente, podría comprarle todo tipo de cosas. Luego de casi dos horas de continuas cuentas, sumas y muestras, llegó el final de la subasta, el momento de presentar al anfitrión de la fiesta, el brazalete imperial. 

Me incorporé en mi silla y le di tiempo a mis amigos negociantes a que presumieran de sus muy arriesgadas ofertas. Ninguno sabía que yo estaba allí en nombre de Falcó, de lo contrario, se habrían sentido oprimidos por tan grande fortuna con la que carga ese hombre. Esperé a que una de las ofertas sonara intimidante y luego tensé el ambiente al esperar el último segundo del conteo. Antes de que el subastador pudiera cantar “vendido”, alcé mi pancarta y grité:

—Mil millones de dólares —justo antes de que se encendiera una luz sobre mi cabeza. 

Hubiera esperado un aplauso o algunos gritos de asombro ante la suma de dinero que estaba ofreciendo, pero lo único que hubo fue un silencio ensordecedor. Me sentí un tanto incómodo, observando a mi alrededor, y esperando a que gritaran “vendido” como normalmente sucede. Pero de la nada, un grupo de hombres se me abalanzó encima y, siendo tomado de los brazos y puesto de boca en el suelo, oí decir a uno de ellos: Armando Dubois, usted es acusando de haber secuestrado a la hija del conde Falcó, Ana María Falcó.

Quedé estupefacto ante tal acusación, pero, peor aún, ¿Ana estaba secuestrada? ¿Quién se había atrevido a ponerle las manos encima? Ana y yo habíamos sido amigos desde la infancia, y debo de admitir que teníamos un pequeño romance oculto. Lo que provocaba que, como si fuera poco, aquella noticia fuese de mayor impacto. 

—¡Imposible! ¡Soy inocente de todo lo que dicen! Yo jamás secuestrarí… —dije antes de que el detective me lanzara una segunda acusación.

—También se le acusa del robo del brazalete imperial valorado en cincuenta millones de dólares americanos. 

—¡Imposible! —gritaba—. ¡El brazalete está ahí mismo! —intenté señalar el podio con la mirada.

—El brazalete imperial fue parcialmente desmantelado esta mañana por uno de los guardias en turno encargado de vigilarlo. Según nuestras investigaciones, se trataba de un infiltrado. Creíste que nos engañarías, pero olvidaste un pequeño detalle: el tatuaje de tu muñeca fue limpiamente captado por las cámaras. Sabíamos que quien fuese trataría de robar el resto durante la subasta con una suma de dinero exponencialmente alta y, por supuesto, ilegal. En cuanto lo gritaste y el foco alumbró sobre tu cabeza, te delataste. Y quién más con un tatuaje como ese que el mismísimo secuestrador de la señorita Ana María Falcó.

—No he secuestrado a nadie, ¡no he robado nada! 

—Entonces explique por qué dio otro nombre en la recepción.

En cuanto a por qué di otro nombre en la recepción, no podía dar una explicación coherente que me hiciera ver, de alguna manera, inocente. Pero a ustedes, que están interesados en conocer mi historia, les daré algo de contexto. Mi nombre es Armando Dubois, en eso no les miento, trabajo para el conde Falcó como su representante de negocios. Quizás esta revelación no me libre de las rejas que ahora me rodean, pero mi intención no es esa en realidad. Los negocios del conde Falcó para los que yo trabajo no son necesariamente… legales. Es por ello que procuro, con minucioso cuidado, cambiar mi identidad siempre que realizo alguno de sus negocios. Papeles, identificación, todo cuanto pueda revelar un rastro de quién soy es rigurosamente falsificado para que pueda cumplir con mi trabajo sin manchar mi nombre. Pero yo no podía decirle eso a los guardias. Realmente iba a comprar esa reliquia por las buenas, aunque no fuese mi dinero o el del señor Falcó. Siempre he pagado justo lo que se me indica, independientemente de la dudosa procedencia o contenido del producto. Lo que no esperaba, era lo que sacó el detective de mi bolsillo, que sin duda me dejó en claro que se me había impuesto algún tipo de trampa.

—No hablaré hasta estar con mi abogado.

—Entonces tendrá que explicar también por qué uno de los diamantes del brazalete imperial se encuentra con usted —me dejó sin palabras—. Su abogado lo acompañará a la comisaría, allá podrá dar todas sus declaraciones. 

De camino, escuché en la radio la noticia de que habían atrapado al ladrón y secuestrador Armando Dubois y que procedían a llevarlo contra la justicia. Todo había sucedido demasiado rápido, a mi parecer. Mientras observaba el frío ambiente del exterior, sentado en la parte de atrás de la patrulla, no pude evitar sentir que los colores navideños que resaltaban en todas las esquinas comenzaban a tornarse grises y aburridos. Mis pensamientos daban vueltas alrededor de la misma pregunta: ¿Quién me había inculpado? Sin duda los negocios del señor Falcó me habían llevado por caminos peligrosos, y había hecho muchos negocios ilegales en el proceso. ¿Quién de todos los socios del señor Falcó con los que he trabajado me estaría tendiendo esta trampa?

De pronto, el conde Falcó pareció recaer en mi conciencia. Me parecía imposible que el conde me quisiese tras las rejas, durante años había realizado un trabajo impecable en su nombre. Y, además, Ana estaba secuestrada, no había manera de que fuera él quien me inculpara. Ana y yo nos conocemos de toda la vida y lo sabía bien. Pero por alguna razón el conde no salió de mi mente desde entonces. 

Al día de hoy, Ana ya fue encontrada, pero todavía me encuentro tras las rejas. Tras un año ya de tortuosa soledad en esta prisión, en constante plática con mi conciencia, solo puedo creer una cosa. El conde Falcó o, más bien, el corrupto y delincuente Falcó, me había inculpado tras enterarse de las intenciones que tenía con su hija. De alguna manera la hizo desaparecer y de alguna manera le hizo creer a la justicia que estaba secuestrada. Si yo pude falsificar mi identidad durante años, Falcó podría hacer lo que sea que se proponga para lograr sus objetivos. ¿Y el brazalete? ¿No era suficiente una sola acusación? ¿No era suficiente decir la verdad sobre los negocios en los que trabajaba? Me atrevería a decir que no lo era, por muy inocente que parezca. El conde tramó todo para que de ninguna manera pudiese salir de prisión y para que mi nombre quedase grabado en la mente de todos. Quería arruinar mi reputación, y lo logró. Y esa delicada chica de la recepción, si lo hubiese sabido antes… En fin, deben creer esta historia. Porque si bien no niego mis demás delitos, quiero asegurarme, aunque me cueste el resto de la vida, que ese malvado quede tras las rejas de por vida como yo. Por tanto, estoy dispuesto a dar toda la información que sea requerida sobre todos y cada uno de los detalles de la vida del conde Falcó. Espero les plazca cooperar conmigo. 

Feliz Navidad a todos:

Armando Dubois”

La.Corcheta
La.Corcheta
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