Cabeza de cerdo

"El hacha se hallaba en su mano y, de un golpe certero, la cabeza de aquel ser se fue rodando."

Max Nox

En una cabaña apartada en el bosque, Gabriela se refugiaba de los peligros que prometía la Noche de Brujas. La oportunidad perfecta para ser presa fácil de cualquier asesino con ganas de derramar sangre como sacrificio para invocar alguna entidad maligna. Eso no pasaba si te quedabas refugiado en tu hogar, en tus pijamas favoritas, viendo alguna serie en la televisión. Al menos esa era la creencia religiosa que habían impuesto en ella. 

Sentada frente a la pantalla en su sillón acojinado preferido, el que heredó de su abuelo materno, veía un programa sobre los juicios de Salem. Algo grotescas las imágenes, pero el personaje principal masculino la mantenía en vela de lo que ocurriría entre él y la protagonista. 

De un momento a otro, las luces empezaron a parpadear. Encogiendo los hombros, asumió que era una falla eléctrica, pero las tinieblas emergieron a su alrededor. El vaho comenzó a salir de su boca al exhalar. La visión se le empañó, oía las voces de los actores cada vez más lejos. Una sensación de vacío le llenó el pecho, estrujándole el corazón. No podía hablar, la lengua le pesaba, solo podía gemir. Estaba encerrada en su propio cuerpo, no había dónde huir. 

De repente, apareció en medio del bosque. En la inmensidad de la oscuridad, más allá de los árboles, escuchó un lobo aullar. No era un buen presagio. Los cabellos de la nuca se le encresparon; había una presencia resoplando detrás de ella. Un olor nauseabundo, parecido a la carne descomponiéndose al sol del día, llegó a su nariz. Tomó un respiro y se enfrentó a lo que la torturaba. 

Era una criatura salida de aquel programa que hacía unos segundos estaba viendo. Lo primero en lo que se fijó fue en las botas con punta de acero que tenían la facilidad de aplastar una cabeza como un melón podrido. El cuerpo era de un hombre con impresionante musculatura; la cabeza… eso era otra historia. Sus ojos casi se le salieron de las órbitas al ver la cabeza de cerdo sobre los hombros de aquel hombre. Los colmillos relucían al ser descubiertos, el aro en la nariz significaba que había sido marcado. Lo más que la aterró no fue ese detalle, ni siquiera ver que medía casi seis pies de altura, sino que en sus gigantes manos había un hacha con su nombre grabado. Estaba allí para cazarla. 

Sin más preámbulos, trató de correr, pero la tarea se le dificultó por el pesado vestido negro que se le enredaba en los zapatos de tacones. El corsé le quitaba la respiración y su sombrero puntiagudo voló de su cabeza, siendo arrastrado por el viento. Los pasos pesados detrás de ella y el crujir de las hojas le hizo apurar el paso. Alcanzó el pomo de una puerta y la atravesó. 

Había vuelto a su realidad. El resplandor del televisor parpadeaba sobre su cara, las luces estaban apagadas y nuevamente, los pasos se acercaban. El crujir de la madera la  alertó. Cerró los ojos, inhaló y exhaló, sintiendo el peso en su palma. El hacha se hallaba en su mano y, de un golpe certero, la cabeza de aquel ser se fue rodando.

La.Corcheta
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