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La tarea

"El profesor me da una tarea y con ello un pie forzado, como si no fuera suficiente esfuerzo el permanecer aquí sentada tragando historias, contándomelas a mí misma como si existieran."

Miriam Damaris Maldonado

El profesor nos da una tarea, me regala un pie forzado. Yo asumo que con todos los ingredientes que tengo en mi cabeza puedo concretar una idea sólida, compuesta de todos los elementos que él pide y así satisfacer nuestras expectativas; las de él y las mías, sobre todo, las de mis compañeros. El ejercicio de escribir la tarea inicialmente me alegra, pero también me confronta con la realidad cotidiana. Escribo para mí y también para ese otro que se asoma y me reafirma que lo que escribo no está tan mal. ¿Será por eso que el escritor solitario no existe? No, no existe, es un intento de endiosar(nos). El profesor nos pide una tarea, me regala un pie forzado. El pie forzado indica que estoy en un lugar público y creo reconocer a alguien y trato de recordar quién es y cómo lo conocí. Un pedazo de historia, que seguramente me sucede, como a muchos de los que les interesa escribir y también a los que no. Entonces, veo al chico en un parque, mientras le doy un paseo a mi perro. Él también tiene uno. 

Me aproximo entrecerrando mis ojos, no por el sol, ni por la distancia, tampoco porque no llevo espejuelos, entrecierro los ojos por si acaso no es él, por si acaso nuestras miradas se encuentran o la mía le pesa sobre su cuerpo. De seguro me he besado a este chico, lo sé por sus labios y porque es de los que me gustan, pero ya llevo rato fuera de la escena del dating, imagino que es una historia vieja. Imagino también que es casado, porque la suerte no alcanza, o quizás yo soy la casada. De seguro es casado, porque ese perro es de un hombre que tiene esposa que trabaja como yo y que a veces va al mercado con dos o tres niños, también parece escritor, él sí lleva lentes anchos, como si haber leído libros a media luz le hubiese arrebatado la vista en un intercambio por unos lentes anchos, de botella, de esos que gritan soy nerd. Pero también tiene el pecho ancho, como si fuera de vez en cuando al gimnasio o como si en ese pecho se recostara una mujer con cientos de historias, con cabello abundante, con criaturas peludas que crían entre ambos y que llevan al colegio, a las citas médicas y a los parques. El profesor nos da una tarea, me regala un pie forzado. Yo lo miro, lo miro porque está frente a mí. Sonrío, pero solo un poco, como si él fuera mi tarea y también mi profesor. Me pierdo en su pecho, en sus muslos anchos y pienso que tenemos una historia, o que la tuvimos. Mi perro Canvas me tira de la soga, de las palabras, también de la tarea, del profesor, de la historia, de lo vivido. Canvas sonríe en ladridos, yo también ladro por dentro, él también cree conocer a ese otro perro, que está tan lleno de vida, lleno de historias y palabras donde flotan seguros olfateando sus espacios. 

Él acaricia a su perro, desentendiéndose del peso de nuestras miradas, juega y lanza algo, el perro lo alcanza y Canvas se suelta. Se suelta y también me suelta y lo disuelve a él del matrimonio, de la idea mártir del permanecer, del beso que quizás le di, de los hijos que tuvimos, las discusiones en la cama, el miedo de las infidelidades, los acuerdos a medias luces y los desayunos desabridos; las llamadas no contestadas, las reuniones de trabajo, las cuentas compartidas, el llorar sin motivos y pensar en otro futuro, en otro pasado. El profesor me da una tarea y con ello un pie forzado, como si no fuera suficiente esfuerzo el permanecer aquí sentada tragando historias, contándomelas a mí misma como si existieran. 

El profesor me da una tarea y con ello un pie forzado y otro pie que se arrebata. Quizás ese pie era mío o de mi amado que no es mi amado, pero creo conocerlo, está a pasos de mí y le puedo decir que tenemos una vida juntos, dos perros, una casa, un beso que no recuerdo, una discusión disuelta, unas memorias que nos faltan, un libro a medio escribir. Él me mira y me sonríe como si leyera mis pensamientos y yo abro los ojos, como en la sorpresa de reconocer los fonemas que se escapan, las sílabas que casi se apalabran. Se acerca con un gesto generoso, tan generoso como su espalda y su pecho. Me dan ganas de sonreír. El profesor me dio una tarea y con ello un pie forzado. Él me mira como reconociéndome, cada vez más cerca, quedo desconcertada. Casi termino la tarea, no quiero interrupciones, ni recuerdos insólitos, pero su perfume de varón me gusta, me hace sentir hembra. Me mira y me pregunta si ya podemos volvernos a la casa, si me sirvió el pie forzado que el profesor me dio.

La.Corcheta
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