Alondra Iris
Sujetaba la mano de mamá mientras miraba alrededor a papá. Desde mi diminuta estatura lo único que podía alcanzar a ver eran a unos hombres gigantes vistiendo camuflaje frente a mí. No entendía muy bien qué se supone que estábamos haciendo, solo sabía que estábamos en una cancha y que por fin vería a papá.
Miré a mi hermana que estaba en brazos de nuestro abuelo, ella también buscaba a papá con la esperanza de que la nueva altura le diera ventaja. De pronto, mamá dijo—. Mira, allí está papá —. Como resorte, salté hacia mamá y ella me tomó en sus brazos.
Entonces noté que no solo los que estaban a frente de nosotras vestían de verde, sino que había un grupo gigante de personas así y que frente a ellos había un escenario donde un hombre de uniforme elegante hablaba. Entonces, vi a papá. Él estaba en la primera fila y también tenía esa ropa verde y una gorra, pero desde la distancia era evidente que ya no tenía pelo. Yo lo observé como si fuera la primera vez que lo veía en mi vida, esperaba que él se girara en mi dirección al escuchar el llamado mágico que le enviaba telepáticamente. Pero no se giró.
Después de un largo rato, el hombre de uniforme elegante en la tarima dijo algo que causó que los de camuflaje relajaran sus hombros y se empezaran a dispersar. Mamá estaba a punto de bajarme de sus brazos, pero fue en ese instante cuando papá se volteó a vernos, como si todo este tiempo hubiera sabido a donde estábamos. Nos sonrió. Creo que la emoción dentro de mí emergió de manera muy evidente como para que él, desde la distancia, se echara a reír.
