Helena García Muñiz
A tus padres, quienes te habían descuidado hace tres días o ya una semana, no estaba segura, nunca les había visto las caras, pero sus nombres eran muy conocidos. Me hablaba de ellos, tu seguidor o guardián, la certeza de que si tus mismos padres le asignaron velarte, no estaba. ¿Quién defenderá sus métodos? Al crecer, posiblemente serás la primera en desahuciarlos de las sesiones, tú que cargas su mismo don, pero la misión que cayó en mis manos no permitirá que practiques imprudentemente como ellos. Estaba bastante claro que la crianza que me regaló mi madre iba a ligarse a ti en algún punto de la vida. Nuestra ascendencia es bastante similar; ambas conectadas a personas sensibles, a la clarividencia. Somos un tipo de imán para las almas aparecidas, pero cuando esto se practica de manera insensata todo queda profundamente lejos de lo sublime.
Desde que llegaste el primer día de escuela, los amplios pasillos no eran espacio suficiente para correr y hacer saltar tu interés por aprender a tocar acordeón de modo experto. Te presentí llegar a mi salón en el momento que te dirigiste para acá—. Mabel Querrada —muy confianzuda te presentaste al frente de toda la clase, le hiciste reflejo a la juventud que me pertenecía. De todas las razones por las cuales invertí mi vida a la enseñanza es por niñas como tú, como yo. Quería que tu madre presentara su cara, en vez de esconderse detrás del disfraz laboral de tu padre. Un supuesto médico domiciliario de la psique. Claro está, sus ‘pacientes’ son siempre los mismos teofistas; ellos entran con sus tableros alfabéticos y su tablita acorazonada, y al salir de tu casa quedan desdoblados, aliviados de especulaciones y escepticismo. La casa en que vives es el magneto más popular para el espíritu que no envejece; grandes consecuencias llevan esta responsabilidad. No había consideración alguna por tu tranquilidad mientras llevaban a cabo sus reuniones, todos los canales estaban abiertos y dormías desprovista de barrera inmaterial.
Tu seguidor casi siempre era el que le contestaba a tus padres y sus pacientes hasta que una noche se aburrió de las mismas preguntas retóricas y comenzó a rebuscar por la casa. Abrió las puertas del curio, tumbó botellas en la cocina buscando whiskey, jaló algunos libros del librero y apagó la única iluminación que había en la casa esa noche; tus padres, distraídos por la oscuridad no notaron que tu perseguidor había abierto la puerta de tu cuarto con todo el recibimiento que le ofrecieron los adultos. Luego cerró el pestillo y nunca volvió a salir de ahí sin ti.
Al día siguiente los pasillos de la escuela eran un contenedor enorme en el que te hundiste. El mar de estudiantes te aterraba y caminabas sin vida. En el salón te sentaste con pudor cuando realmente siempre lo pensabas dos veces luego de dar tu ronda rutinaria saludando a tus compañeros. No consentiste tu usual comportamiento pero tu seguidor se alentó cuando consentí su presencia que nadie, ni tú, veía.
Pasaron los días y tu cuerpecito de tan solo diez años continuaba siendo su hogar impertinente. El acordeón olvidado, los saludos no dados, la comida ignorada fueron alimento para la rabia que se apoderó de mi acción. El seguidor te sobaba el pelo mientras estabas sentada y espaciada en tu pupitre, agarraba tus hombros al extenderme su sonrisa presumida. No me quedó más paciencia para esto. Tus padres, sino es que inconscientes sobre la situación, fueron insensibles; no habían hecho nada al respecto, posiblemente no sabían cómo. Presumo que la razón para adiestrarse en la comunicación con las almas fue monetaria, este fue un gran error. Quizás la única buena decisión que han tomado por ti fue matricularte en esta escuela. La solución era clara, los adultos de tu casa la conocían, pero no te conocían lo suficiente para darte las herramientas requeridas. Tú, mi niña, fuiste la única solución en la expulsión del seguidor.
En un día de diciembre, pero tan soleado como agosto, estabas lo suficientemente presente para cederme el momento infalible. Te sentaste en la única silla puesta en el salón y se dejó muy claro que el retorno de tus sentidos y agencia era solo ante el florecimiento de tu esfuerzo. Se consiguió el acordeón que tanto querías y puse el instrumento en tus faldas. Al principio me mirabas vacía, desinteresada en el proceso que se aproximaba, pero te abracé y puse tus manitas en ambos lados del acordeón. La respiración de ambas se sincronizó y así el acordeón inhaló por primera vez en meses. El acorde de SI, fue el primero que pudiste tocar, no había duda de que aún estabas ahí. Las lágrimas se acumularon en tus ojos, resistiendo, hasta que los cerraste exhalando otro acorde como de costumbre.. Era evidente que cada movimiento pesaba un quintal, pero tu fuerza era inigualable, y ahora más, al concientizar el don que te tocó despertar y domar. Se fortalecieron tus brazos hasta tocar tu canción favorita sin freno alguno, en total armonía con tu cuerpo. Las últimas lágrimas se destilaron por arte de tu genuinidad y deslizaron por tu cara esta vez junto a tu ágil sonrisa innata.
Luego de terminar tu rendición abriste los ojos alentados y vibrantes—. Ya solo estoy yo —dijiste mirándome fijamente—. Y yo, cuando me necesites —te contesté. No sabes el sentido de orgullo que suscitaste cuando lideraste el himno de la escuela en el concierto de acordeón al final de ese próximo semestre—. Han pasado varios años desde entonces y ya estás lista para sumergirte en el mundo que quieras inventar para ti. Acuérdate de los acordes, Mable, eres un imán, pero hoy te sigue nada ni nadie, tú sigues tu camino intuitivo; desfilarás siempre con la gracia y la astucia que te pertenece gracias a esta gran escuela —Mabel me contesta antes de ponerse el birrete—. Gracias a ti.