Adriana Ramos Ubiles
Fragmento
Mi mujercita, mi pequeña gran mujer…
Estás siendo destrozada con el pasar de los días. En vez de cuidarte del sufrimiento, te lo estoy causando; perdóname amor, esa no era mi intención. Cuánto quisiera correr, abrazarte, poder guardarte en mi bolsillo y llevarte lo más lejos posible de este caos, tenerte en un lugar seguro, sola y en paz, sin que nadie te moleste ni lastime; luego esperar a que llegue el día para salir de este infierno. Tú ya mayor, probablemente con canas y arrugas, poder verte a tu edad, pintarte las uñas como lo solías hacer cuando eras joven, recibiendome con una gran sonrisa y con los brazos abiertos, sentir tu piel luego de los años. Mi pequeña, cuánto quisiera aliviar tu dolor, aquel que yo mismo causé por no poder aguantarme estas ganas de amarte y cuidarte, por ser tan estúpido y no mantenerme firme. Tan solo tenía que ignorarte y así jamás llorarías por mí ni me verías en este estado, encadenado y con un horrible mono anaranjado, sentado en el tribunal por haberte amado demasiado.
Perdóname por lo que más quieras, trata de olvidarme, sé que eres capaz de eso. Eres fuerte, pequeña, eres todo lo que necesito en mi vida, pero es tiempo de decirnos adiós. Te amo, hasta en tu lecho de muerte nunca olvides que te amé con el alma y espíritu hasta que el universo no pudo. Adiós, hermosa, adiós, cariño, adiós amada mía…