Gabriela Enid Morales Hernández
En la cafetería de una calle principal en alguna ciudad, se encontraba Josie, como todos los días, ocupada sirviendo cafés y horneando deliciosos postres. Cuando de repente su corazón se alteró. Una sensación familiar se extendió por todo su pecho, colocó su mano en él y trató de calmarlo. En ese momento, escuchó una voz que inundó sus pensamientos, dejando aturdida su mente.
“Ellos se encuentran cerca, tu destino ha venido por ti”.
Negó una vez más enfrentarse a ese viejo amigo, ahora su enemigo. Ignorando al ángel, detrás de ella cuidando sus espaldas, fue a llevar un pedido a una mesa que estaba justamente frente al gran ventanal que daba a la concurrida acera. Un grupo de chicos iluminados por la más hermosa aura que había visto hasta ese momento de su vida y en su línea de trabajo, especialmente.
“Son ellos”.
Le confirmó su alado ser. La emoción se volvió presente insistiendo sin cansancio. Corrió dejando a su amiga-socia preocupada. Huyó hacia el callejón adyacente. Ahí intentó buscar una salida, quería escapar, en vez de enfrentarse a las personas destinadas a ella desde su nacimiento. Le rogó al universo, solo necesitaba un portal a otra dimensión lejos de allí.
En su campo de visión apareció un umbral. Confiada que a través de este podía escapar lo atravesó sin pensarlo dos veces. Atónita y sin palabras se quedó paralizada, la puerta se cerró detrás de Josie. No había escapatoria.
“Evitar el destino puede retrasarlo, pero no borrarlo”.