No te necesito para nada, pero te quiero para todo, de Elizabeth T.

"La quiero sin saber como usar el celular para que siempre pida de mi ayuda".

Para los que les duele tropezar con 

la verdad, espero que esto sea 

como un trueno de calma para tu alma

Mi abuela siempre me ha dicho que tengo que ser independiente, algo muy raro que diga una mujer de su generación, pero ella siempre fue así, independiente. Al ser la menor de la familia, nadie nunca necesitó de mí. Yo siempre necesité de los demás, en especial de mi abuela. Al principio seguimos el orden natural del mundo, una niña pequeña (yo) agarrándole la mano a mi abuela con miedo de cruzar la calle, pidiéndole ayuda para amarrarme los zapatos, ¡gritando “Abuela!”, cada vez que me caía y pidiéndole ayuda cuando no sabía hacer una tarea. No sé en qué momento particular estos roles se invirtieron. Ahora se encuentra ella, mi abuela, agarrándome la mano a m, la niña pequeña, antes de cruzar la calle. Ya por la costumbre nos agarramos las manos las dos juntas. A veces cuando la miro, tiene la cabeza baja y los ojos casi cerrados.Confía mucho en mí.

Eso sí, me hala el brazo cuando caminamos, a veces haciendo que no pueda caminar bien o si cruzamos la calle y un carro nos da paso, rápido puedo ver en su cara que se arrepiente cuando ve al pasito que vamos las dos. Me gustaría creer las historias que me cuentan de mi abuela. Mamá Aileen me dice que ella caminaba bien antes. A veces se me olvida que mi abuela llegó a ser joven y había que decirle: “¡Espérate que vas muy rápido!”. Podía cargar a sus dos hijos en los brazos y se trepaba en los gabinetes para limpiar la parte de arriba de la nevera. También, viajaba mucho Llegó a viajar sola, con amigas, por trabajo y conmigo.

El primer viaje con mi abuela fue a los 6 años. A pesar de que fuimos juntas, no me recuerdo mucho de ella en ese viaje. Creo que en esa travesía mis padres eran los que más estaban conmigo y me cuidaban y ella estaba por ahí, en su propia escapada. No sé cuál prefiero mejor. El último viaje que di con ella fue muy diferente. A cada escultura, cada paisaje, cada mural que atravesábamos, su semblante permanecía igual. Había que decirle: “Mira, abuela, ahí está la Fontana di Trevi”, “Mira abuela, ahí está el Coliseo Romano”, “Mira abuela, ahí está la Capilla Sixtina”, para que prestara atención. 

Había que decirle: “Trata de caminar más rápido que el guía turístico se nos va a perder”. Había que decirle: “Abuela, quédate con nosotros”; había que decirle: “No, por ahí no es, abuela”. Había que decirle: “No, abuela, no estamos en España, estamos en Italia”. Igual que los bebés. No los necesitamos, pero los queremos. Quisiéramos necesitarlos, quisiéramos ser más pacientes. ¿Quisiéramos amarlos más? 

Había que decirle: “Abuela corre, vamos a perder el vuelo”; había que decirle: “Abuela, no podemos irnos, perdimos el vuelo”. No sé de qué punto para acá, la volví a necesitar. Necesitaba que me agarrara el brazo al cruzar la calle, necesitaba que me preguntara cada cinco minutos dónde estábamos, necesitaba que recurriera hacia mí cuando le confundía usar el celular. No la necesito para nada, pero la quiero para todo. Quiero correr a su paso, lentísimo, para no perder el último vuelo y cuando lo perdamos, quiero que sea ella la que se siente al lado mío para pasar el rato hasta que llegue el próximo avión. 

No la necesito, eso me digo. Definitivamente, no la necesito pidiéndome que le ayude en el celular a cada rato, no la necesito ya para amarrarme los zapatos, aunque yo sí tengo que amarrarle los de ella, no la necesito agarrándome la mano para cruzar la calle y no la necesito en el aeropuerto retrasándonos el vuelo. No la necesito para nada, pero la quiero para todo. La quiero sentada al lado mío en el avión, la quiero sentada al lado de la ventada viendo las nubes las dieciséis horas del vuelo y contándome todo lo que vio en el cielo en ese tiempo, la quiero caminando conmigo todos los días, la quiero diciendo “Gracias mija” cada vez que le amarro los zapatos. La quiero sin saber como usar el celular para que siempre pida de mi ayuda.

No me puedo quejar mucho de su pérdida de memoria, ya que a veces a mí hasta se me olvida que es mi abuela. Me he encontrado introduciéndola a los demás como mi mejor amiga. Siempre seremos ella y yo. Ella y yo felices, enojadas, tristes, emocionadas, confundidas, pero siempre ella y yo. Antes de escribir esta memoria, nos encontrábamos teniendo la pelea más grande de la vida. Por eso del segundo párrafo, nos estábamos riendo como si nada. La necesito para que me siga enseñando a perdonar. Necesito que me perdone cuando estoy en clase y no puedo coger sus llamadas, necesito que me perdone cuando estoy en la residencia universitaria y no puedo estar para amarrarle los zapatos, necesito que me perdone cuando llama mi nombre y no estoy para responderle. Porque no soy independiente, pero aun si lo fuera y no la necesitara, ella seguiría siendo mi todo.

La.Corcheta
La.Corcheta
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