Alma Datil Calderón
Son las 10 de la mañana, pero estoy rodeada por una oscuridad de medianoche. Un pañuelo grueso me cubre los luceros mientras otro me abraza las muñecas. Escucho tonos graves que cantan, pero no descifro la letra. Elevada como diosa estoy, pero admirada como puta que soy. Mi cuerpo grita en agonía, pero nadie lo escucha. Mi lengua permanece anestesiada en licor y mi nariz empolvada en nieve. Siento una leve caricia en la espalda por un pellejo hecho de tronco y espinas. Sube hasta mi cabello y me sujeta decorando su mano por mi melena azabache y crespa. Achucha su hocico contra mis hombros y mi cuello, hasta llegar a mi oído y me susurra:
-Esto te pasa por no ser una dama.
Mis ojos comienzan a inundarse por charcos de desprecio, dolor y arrepentimiento. De pronto siento un grave dolor en la mejilla izquierda. Me cogen por la barbilla y me escupen en la cara. Pero estas manos no son aquellas con las que me agarró el cabello, estas se sienten húmedas y frías.
-¿Qué te pasa Aurora, acaso no te encantaba ser acariciada por un hombre de verdad?
Vuelvo a sentir dolor, pero ahora en mi vientre.
-No te preocupes, vamos a cuidar muy bien a ese embrión.
Una y otra vez golpean mi vientre con martillos y peñones. De repente, siento una cascada de amapolas que baja por mis piernas.
-Lo ves muñequita, te dije que esa cría iba a estar en buenas manos.
Noto una vez más que las manos frías me besan la piel, me coge por las piernas, elevándome a su mismo nivel, y me rellena con su dosis de leche por donde alguna vez iba pasar el fruto de la maternidad. Continúa por unos minutos hasta que colapsa en mis pies, dejando en mí un arreglo de amapolas y azucenas blancas.
-Basta…por favor basta…” Mi voz quebrada por la vergüenza en la que me he convertido.
Siento un jalón del tejido y mis ojos quedan al descubierto, pero solo veo siluetas. El cuarto está oscuro y helado. Miro hacia la ventana y el sol comienza a esconderse tras las nubes de las cuatro de la tarde.
-¡Mi bebé, quiero a mi bebé!
Pero las siluetas no reaccionan a mi desespero, hasta que uno se cuadra conmigo. Había permanecido escondido en la parte sombreada del cuarto. Lo único que veo es su brazo elevándose con revólver en mano. Lo presiona en mi frente, cierro los ojos y lo último que escucho es el arma cargándose. Me despierto por unas pequeñas patadas y la voz de Pablo.
-«Mi amor ¿estás bien?, ¿qué te sucede?»
– «Nada Pablo…solo fue un mal sueño.»
-«Está bien mi amor.»
Me besa la frente, besa a Sebastián. Lo beso, acaricio mi vientre. Otra vez, me vuelvo a dormir.