Desde que tengo memoria, mi familia paterna es fanática del béisbol, específicamente de los “Yankees” de Nueva York. Recuerdo con gran cariño cuando iba a la casa de las hermanas de mi abuelo a celebrar los cumpleaños y días festivos mientras ellas veían los partidos del equipo neoyorquino. Irónicamente, mi abuelo, mi padre y yo no éramos amantes a los “Yankees”. De hecho, mi papá y yo apoyábamos a las Medias Rojas de Boston (gusto que aún mantengo a pesar del mal rendimiento de los bostonianos). Esas tardes donde “quemábamos” a los de Nueva York eran muy entretenidas. Hablaba con mi abuelo sobre la vida, el beisbol y evitaba los temas políticos porque no entendía un carajo de esos temas. Así eran las tardes en la casa de mi abuelo, éramos felices hablando de bateo, picheo y el fildeo de los puertorriqueños en las Grandes Ligas de Béisbol. Lamentablemente, las hermanas de mi abuelo murieron y él sufrió de un infarto que lo dejó sin poder caminar. Las tardes de béisbol siguieron, pero la familia se redujo y mi abuelo no era el mismo. Quedó parcialmente en silla de ruedas y dejó de ser independiente debido a sus problemas de salud. Un día, mientras estaba con mi papá limpiando la casa, nos encontramos con una bolsa llena de gorras. Había todo tipo de cachuchas, con temática de cervezas, de baloncesto y de algunos equipos de las Ligas Mayores de Béisbol. Entre aquellas prendas de pelota había algunas de los “Yankees” de Nueva York, una de color negro, otra de color crema y una gorra azul. Recuerdo con claridad cuando mi viejo me dijo: “Llévatelas, tú sabes que a mí no me gustan los “Yankees”; todas esas gorras me las trajeron de Nueva Yol”. Al escuchar esas palabras agarré una bolsa y guardé algunas de las gorras que mi padre no quiso. Al fin y al cabo, aunque no me gusten los Yankees, ellos fueron parte de momentos muy preciados con mi familia. Por eso mismo digo: Queridos Yankees, aunque sean un equipo odioso y vayan en contra de todo lo que considero justo en el deporte, han sido importantes para que mi familia se mantenga unida.

Queridos Yankees, de Sebastián Quiñones
“Las tardes de béisbol siguieron, pero la familia se redujo y mi abuelo no era el mismo”.